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Martes, 30 de Agosto de 2005

Volver de Rusia

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Reflexiono, ahora que ya estoy en casa, y me doy cuenta de que lo que no se le puede hacer a un país, mejor dicho, a sus habitantes, es hacerles vivir en el “progreso” pero darles de él sólo una tajadita de melón, y para colmo de melón verde y apepinado.
Me explico. En el mundo hay muchas culturas y maneras de vivir, pero hay una, que parece que nos venden como la “standard”, la “occidental”, la “civilizada”. Se supone que Rusia tiene que vivir en ese “way of life”, pero maldito si tienen medios para ello.
Fijaos bien que digo medios y no recursos, porque entiendo que deben tener recursos naturales que explotar, ¿pero de qué les sirve si no hay medios con los que sacarles un rendimiento suficiente?.
Y lo que ya me indigna es que ese país, que resulta ser una potencia “económica”, militar y espacial, a la hora de la verdad tenga tanta precariedad y tanto atraso que perjudican no a su imagen en el exterior (que por cierto se nos muestra lo justo), ni a su carrera espacial, si no sencillamente a los millones de personas que en él habitan.
Conocí a un grupo de amigas de Sergio que cantan en una iglesia ortodoxa en Ulyanovsk, donde él había cantado hace tiempo. Fue verlas y venirme a la cabeza la frase “las chicas ortodoxas son guerreras” (cuando vuelva a Rusia hablando su idioma pienso largarme con ellas alguna noche por ahí :D). Eran todas más o menos de mi edad. Pues salió en la conversación el tema de tener hijos en Rusia.
Me hablaron de maternidades que parecen cárceles, de madres muertas de frío a las que se les niega una simple manta (“así ya estás bien”), de trato rudo y falta de asistencia por personal cualificado, de una flagrante falta de higiene y graves infecciones excesivamente frecuentes... Cuando les hablé de epidural y de amniocentesis se rieron a carcajadas.
Sergio ya me había comentado algo de esto, pero al oírlo de labios de mujeres, de madres, se me pusieron los pelos de punta. Le dije a una que por lo que veía tenían que tener un par de cojones para decidir traer un hijo al mundo, y ella me contestó con un gran desparpajo: “Si claro, si no hay medios, no nos queda otra que ser fuertes como caballos”.
Pero esta fuerza es engañosa. No dudo de la fuerza y la paciencia de las mujeres rusas en general (si no las tuvieran tanto ellas como ellos la convivencia podría convertirse muy a menudo en un infierno), pero si observo que parecen mayores de lo que son. En realidad también los hombres envejecen más rápidamente, y la esperanza de vida es más baja que en España. Pero no es, como dicen algunos cuando me oyen decir estas cosas “porque se mueren de frío”, sino porque la asistencia sanitaria da pero que mucha penita, porque los sueldos bajísimos no dan para permitirse una alimentación que contenga todos los nutrientes necesarios (ni mucho menos para dedicarse a acudir a gimnasios, terapeutas y masajistas!), porque esa especie de desesperanza que flota en el aire estoy completamente convencida de que también pesa sobre los hombros de la gente y les hace la vida más difícil, aumentando la cifra de depresiones y alcoholismos, por supuesto sin tratar.
Algunos se van a Moscú. Allí pagan alquileres como los de Barcelona, por vivir durante años exclusivamente para el trabajo, para levantar, sólo, repito, al cabo de unos cuatro años y si tienen suerte, cabeza. Y mientras tanto aguantan en una situación también bastante precaria.
Me cuesta entender porque se van, pero Sergio se pone muy serio, menea la cabeza, y me dice que en su ciudad jamás podrían aspirar a nada más.
No quiero generalizar sin conocer, pero he sacado la impresión (entre otras cosas porque algunos amigos y conocidos de Sergio proceden de otras provincias, viven o han vivido en ellas) de que hay muchas ciudades como la suya en Rusia, por no decir que en diferentes grados y teniendo en cuenta las idiosincrasias de cada región, todas siguen un tipo de vida parecido, salvo Moscú.
Y Moscú es una ciudad que se me antojó muy “dura”. A parte de que los estupendos barrios estilo Manhattan de nueva construcción, por supuesto, no están al alcance más que de una pequeña minoría.
Al cabo de unos días de estar en Ulyanovsk me llegaron algunos comentarios de este tipo:
“Bueno, entonces qué piensas? Qué Rusia es un país maldito que nunca progresará?”
“Bueno, y ahora que te vas: has acabado harta de la “realidad rusa”?
Lo dicen de corazón y con cierta amargura.
Y me lo dicen personas con cultura, inquietas, sensibles e inteligentes.
A mi se me encogía el corazón al notar ese sentir general. Sé, porque a menudo lo demuestran cuando están juntos comiendo, tomando el te contigo, o de fiesta, que les gusta ser rusos, que aman a su país y se sienten orgullosos de muchas de sus costumbres y tradiciones, de sus artistas y de su paisaje. En ese sentido no puedo olvidar la cara encendida de risa de la madre de Dimka el día que le dije que me sorprendía lo pequeñísimas que cortaban las ensaladas y me contestó que eso era porque los rusos no tienen dientes :D, las carcajadas en el picnic cuando al explicarles que me encantaba su costumbre de comer mientras bebían se decían unos a otros “si aún resultará que tenemos una buena cultura de la bebida!”. No puedo olvidar en general su ironía y su sentido del humor, que por cierto me encantan, ni su convicción cuando me hacían escuchar a músicos del país o me hablaban de ellos (y no me refiero precisamente a los típicos clásicos rusos, si no también a formaciones actuales de otros tipos de música), cómo se les iluminaba la cara cuando les contaba cuánto me gustaban sus costumbres y paisajes, cómo deseaban saber que opinaba de Rusia la ”europea” ...
Les gusta ser rusos, pero sentí una sensación casi urgente en muchos de ellos de que sí, desean ser rusos, pero en cualquier otra parte.... Una especie de impotencia para ver una lucecita, una solución para su país, que, vamos a decirlo de una vez, la dictadura comunista dejó muy maltrecho.
Nosotros, que también hemos vivido (o al menos nuestros padres y abuelos) una dictadura, sabemos lo que cuesta salir adelante después de ella, pero nosotros pertenecemos a un país pequeñito de clima privilegiado y que jamás estuvo compitiendo con “los de arriba”. Si aún así nos costó (nos está costando) recomponer España, imaginad lo que puede ocurrir en un territorio tan grande, de climatología extrema, donde hay un impresionante lío de etnias y pueblos y que además viene del “igualador” comunismo que sí, los igualó a todos; o sea los dejó a todos igual de pobres, jodidos y mal asistidos, mientras sus gobernantes mandaban cohetes a la luna con mucha parafernalia y bebiendo champagne francés. Imaginen lo que es para un país como Rusia recuperarse de eso....
Y sin embargo yo les contesté que no creía que fueran un país maldito, que no salía de la realidad rusa con las manos en la cabeza.
Y no les mentía. Parece que poco a poco la cosa mejora un poco. El mismo Sergio notó los cambios que se han producido en los dos últimos años, pero no es eso lo que hace que mi visión no sea tan negativa como parece que ellos mismos piensan. Es la gente, principalmente, lo que me hace pensar que el país puede cambiar. Sus espacios enormes, sus bosques, toda la vida que late, en las calles, en las cocinas de las casas, en los corazones de sus hospitalarios y voluntariosos habitantes.
Lo que pasó fue sencillamente que me gustaron, que me gustó su país y me gustaron sus personas.
Por eso antes de terminar este relato quiero agradecer especialmente su hospitalidad y los buenos ratos que me hicieron pasar, aquí, poniendo sus nombres, y en la fotocomposición que podréis ver aquí (en la que desgraciadamente faltan algunos porque no dispongo de sus fotos) a:
Papa, mama, Olga, Saniok & Vitalik y Nikita, Natalia & Igor; Mijail; Tigra, Joker, Vitiok, Anya, Lena, Angy, Natashka; Brad e Irina; Dimka L. y Natashka & Matvey y familia, Dimka E. y Zhenia & Kolia. , Zhenka; Edik S. y Yulka & Yegor, Olga, Galina, Ruslán, Yurka, Natashka,. Sasha, Maxim, Piotr y Natashka y los pequeños de algunos de ellos cuyos nombres no recuerdo. ; Pashka y Natashka &Sasha; Tania, Vika, Natashka y Marishka; Max, Edik B., Mijail; Alexander, Natalia S., Anya B. y Anya & Dasha ., Svetka, Aliona ; Dimka y Marina & Liza , Artióm y Sasha & Kolia, Iliá F. e Iliá S. (Nótese la cantidad de Natashkas!! :D)
Gracias a todos! :***

NOTA: Mi paciente marido ha ido traduciendo todos mis artículos al ruso y publicándolos en su blog. Algunos de sus amigos y otros lectores de su país han dejado allí sus comentarios. En cuanto hayan podido leer la traducción de éste último, voy a publicar una recopilación de esos comentarios porque pienso que es interesante que desde aquí veáis como se vive todo esto allí, y porque me gusta la idea, simplemente, de que la gente de diferentes culturas y países intercambie experiencias y sensaciones, conozca sus realidades mútuas de primera mano, y ésta es una buena oportunidad :)). También publicaré una pequeña “fe de erratas” con correcciones a algunos errores míos de apreciación que me ha ido explicando Sergio a medida que traducía.

Imágenes I (iglesias)
Imágenes II (varios)
Imágenes III (automóviles)

Al capítulo seis del viaje

Moonsa alunizó a las 12:50 AM Permalink
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Lunes, 15 de Agosto de 2005

Casas

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En Moscú, por lo que pude ver, está empezando a llegar un poco de variación, aunque la mayoría de los barrios aún están constituidos por los bloques de pisos feos y uniformes de la época soviética. Hablaré, sin embargo, de Ulyanovsk, porque allí si estuve en bastantes pisos. El entorno de los edificios, como ya comenté, es estupendo. Manzanas de casas rodeadas de árboles con una especie de patio central, lleno de vegetación, y con algunos chismes para los críos. Pero cuando entras en los edificios ya no es tan estupendo. Las escaleras son todas iguales, mal iluminadas, con ascensores siempre iguales, que por cierto huelen fatal y están bastante hechos polvo. Los edificios suelen ser muy altos, aunque hay algunas zonas en las que predominan los bloques de cinco pisos. Al parecer estos últimos datan de la época de Jruchov y son de peor calidad que los de los bloques altos. Puedes ir de visita a diez casas diferentes y encontrarte con que hay tres estructuras que se repiten, La de casa de mi familia consta de dos habitaciones, aseo, wc, cocina y balconcito cubierto. Allí el número de habitaciones es el número de espacios, nada de comedor o salón a parte como aquí. En la gran mayoría de las casas el comedor por la noche se convierte en la habitación de algunos miembros de la familia. Los aseos contienen la bañera, y una pica de lavabo, quedando poco espacio para más, quizás alguna estantería o una lavadora pequeña (en los grandes almacenes es muy habitual encontrar lavadoras pequeñitas, de esas de plástico, y las vi en algunas casas, si bien mi suegra tiene una automática como la nuestra), y los wc son cubículos mínimos que tan sólo contienen la taza del váter, por añadidura pequeña, y casi siempre de esas que en el interior tiene esa especie de “escaloncito”. El siguiente modelo de vivienda, es de tres habitaciones, y creo que hay uno de cuatro, aunque no ví ninguno. En la época soviética, si a una familia no le “tocaba” un piso con mas de dos habitaciones, pues mala suerte, tenían que vivir todos en esas dos. De hecho las casas con mas habitaciones “tocaban” a familias bastante numerosas, pero esto no era una regla fija, porque a veces una familia de seis miembros podía pasar toda una vida esperando que les tocara una de tres habitaciones sin conseguirlo. Según me contó Sergio hay otro tipo de viviendas, de la época de Stalin, con los techos más altos y un poco más grandes, pero hay muchas menos. En todo caso, las casas de muchos pisos tienen esos tres modelos, y las de la época de Jruchov, otro par, más o menos, de modo que a un europeo le sorprende muchísimo ir de visita a diez casas y encontrar que todas se parecen terriblemente, cuando no son completamente iguales. La ventaja es que vayas a donde vayas siempre sabes donde está el baño ;). Las cocinas, eso sí, tienen enormes ventanas que las convierten en un lugar bien iluminado y acogedor, invariablemente provisto de una mesa, y lugar de reunión de toda la familia alrededor de las comidas, o simplemente del te, que por cierto consumen a cualquier hora y con cualquier pretexto. Actualmente muchas parejas viven con los padres de él o de ella, lo cual si bien por una parte facilita la vida a las jóvenes madres, porque las abuelas las ayudan y cuidan de sus hijos si ellas van a trabajar, por otro lado es un obstáculo importantísimo para la convivencia de la pareja. La gente se separa mucho más que aquí, y sin duda ese es uno de los motivos. El verdadero problema es, yo diría, la falta de intimidad y la mala calidad de algunas viviendas. Ni que decir tiene que los hombres son a la vez pintores-carpinteros-albañiles-electricistas y lampistas. Cada familia se pone sus techos falsos, empapela o pinta, arregla un grifo estropeado, se coloca un calentador eléctrico (incluida la instalación de las tuberías a través de la pared), cristales, marcos y aislamientos en ventanas, etc... sin llamar al técnico de turno. En Ulyanovsk este año ya hay agua caliente en las casas durante todo el verano. Sergio se sorprendió gratamente, porque cuando él se marchó la cortaban más o menos en marzo-abril, y con el clima de Rusia, eso era realmente un problema que se hacía más grave en las casas donde había niños o ancianos. Algunas zonas empiezan, por cierto, a tener gas (hasta hace poco todas las cocinas eran eléctricas, y también los calentadores de agua “privados”). Por supuesto todas las casas tienen calefacción en invierno, incluso en las escaleras. Hay unas centrales calefactoras que abastecen pequeñas zonas, y a su vez son abastecidas por una central mayor que abastece a un barrio o un distrito. Las casas están empapeladas, con esos papeles pintados de cenefas barrocas que se llevaron tanto en España hará unos cuarenta años. Y de veras que tanto ornamento hace parecer las casas aún más claustrofóbicas. Los muebles son completamente “setentones” y oscuros en la mayoría de los casos, si bien algunas parejas jóvenes empiezan a colocar detalles en las casas que las hacen un poco más claras y personales, y en el caso de algunas personas de posición económica un poco mejor encontré incluso cocinas amuebladas muy “a la europea”. Cuidado que no quiero decir con eso que lo europeo sea mejor. Lo que ocurre es que la uniformidad (incluso en los muebles), una cierta oscuridad en algunas casas, y el hecho de tener que compartir espacios bastante pequeños entre muchas personas, crea unos ambientes especialmente favorables para las convivencias difíciles, las represiones de carácter y una cierta desesperanza. No deja de ser curioso ver que la personalidad o el status de una familia no puede ni tan sólo entreverse hasta que traspasas el umbral del apartamento, dado que las escaleras y los ascensores comparten el olor a orines, la oscuridad y la decrepitud en todas partes. Ví casas más luminosas y felices que otras, quizás por contar con un poco más de espacio, o porque sus habitantes están haciendo lo posible para crear un ambiente más agradable, para modernizar, y dar personalidad a sus viviendas. Incluso estuve en una casa en la que una chica vivía sola en un piso de dos habitaciones. Actualmente los pisos de la época comunista se están privatizando. Precisamente Sergio fue para privatizar la vivienda de sus padres, ya que para esa gestión es necesario que firmen todos los que han estado empadronados en la casa en los últimos diez años. En algunas zonas de Ulyanovsk la gente habita en casitas de madera con techos de plancha metálica, de una sola planta. No tuve la oportunidad de ver ninguna por dentro, pero por lo que me informó Sergio se que esas casas, si bien sin duda son algo menos claustrofóbicas aunque sólo sea por el pequeño jardín o huerto que suele rodearlas, son muy difíciles de mantener, especialmente en invierno. Siempre tienes que estar reparando goteras en el techo o desperfectos en la madera, causados por la humedad, tienes que abrir el camino en el jardín a palazos para despejarlo de nieve y poder entrar y salir...por lo visto exigen un esfuerzo extra bastante agotador. También ví algunas viviendas unifamiliares de construcción muy reciente (muchas aún están en obras), grandes y hermosas, parecían lujosas torres de las que aquí vemos a veces en las urbanizaciones de veraneo de gente “bien”. Lo más probable es que pertenezcan, la mayoría de las veces, a los que se ha dado en llamar los “rusos nuevos”. Son los mismos que llevan grandes coches japoneses por Ulyanovsk, enorme cadena de oro al cuello, dan un tipo muy concreto, a saber, a menudo están relacionados con la mafia. Hay otras viviendas de madera, en las afueras de la ciudad normalmente, o en el campo, llamadas “dachas”, que algunas personas han empezado a usar como residencia de veraneo. También me llevé alguna sorpresa, como cuando ví la casa del párroco de una iglesia de cierta importancia. Era una verdadera mansión, me quedé de piedra. No pude fotografiarla porque entre el alto cercado y la bien cuidada hiedra que lo cubría todo, en la foto apenas si se hubieran visto sombras. Resumiendo, diría que las viviendas son habitables, pero invariablemente viejas, excesivamente uniformes, en demasiados casos muy pequeñas, y en todos los casos provistas de escaleras y ascensores penosos. Como se las arreglan los rusos con estas condiciones para luego resultar los anfitriones más hospitalarios que he conocido nunca, es un secreto que ellos sin duda poseen, pero es la verdad. No puedo dejar de comentar que en casa de Sergio, donde pasé dos semanas, en las dos habitaciones, con sus padres, casi cada día nuestros dos sobrinos (a los que cuida la abuela mientras los padres están trabajando), su hermana, e incluso un tío que se ha ido a vivir a su lugar de origen (los Urales) y vino a pasar unos días, más las visitas, una servidora, europeita y bien acostumbrada ella, se puso varias veces de los nervios porque no tenía donde meterse simplemente a dormir o descansar, a leer un libro sin molestar ni ser molestada, a usar el ordenador sin que hubiera “cola”. Ni siquiera podía estar tranquila en el claustrofóbico wc, que para colmo estaba justo al lado de la cocina, ni en el baño, que a la vez era lavadero (en todas las casas disponen de una especie de placa de travesaños de madera con patas plegables que parece un trineo de niños, que se cuelga de la bañera y hace las veces de lavadero). Ya no hablemos de mantener relaciones sexuales en estas condiciones, porque es harto complicado. Y cuando una mañana le dije a Sergio desesperada lo nerviosa que me estaba poniendo porque la mitad del tiempo no sabía donde meterme, me miró con cierta impotencia y me respondió: “Es que aquí es normal vivir así”.

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Al capítulo cinco del viaje

Moonsa alunizó a las 7:15 PM Permalink
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Viernes, 5 de Agosto de 2005

Souvenirs y agua de colonia

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He tenido que parar porque ni el dinero ni el espacio me permiten llevarme todo lo que quisiera de Rusia en la maleta.
He comprado, eso si, unos cuantos regalos de artesanía rusa que encantarán a mis amigos, y unos poquitos para nuestra casa.
Pero tengo un problema.
En Rusia no hay agua de colonia.
Me explico. Hay Eau de Toilette, y Eau de Parfum, en botellas de cristal pequeñas y con olores bastante concentrados, pero Colonia, colonia de baño, de la de botella de plástico, simplemente no existe.
Imaginad mi trauma al tener que estar aquí sin "el aroma de mi hogar" y "los limones salvajes del Caribe".
En la foto podéis ver el cadáver de la extinta botella de colonia que me llevé de España, rodeada por algunos de los bonitos recuerdos que he comprado. La conservo, vacía, es como un referente. Me queda un poquito en una de esas botellitas de plástico para el bolso con tapón agujereado que se gira, esa botellita que llevaban en el bolso nuestras abuelas, llena de S3, o de Royal Ambrée.
Qué sorpresas nos depara el destino, quién me lo iba a decir....
En fin, resignación y a seguir disfrutando del viaje :D.
Mañana tenemos tres citas, por la mañana una amiga, en el centro: después de comer, un picnic en el bosque, cerca de uno de los puertos del río Volga, y por la tarde-noche cena con otra amiga de Sergio, que por lo visto es pintora.
Aprovecho para deciros que si bien tengo muchas ganas de hablar del asunto de la vivienda, estoy esperando, aconsejada por Sergio, a ver las casas de más gente, para poder hacer un reportaje objetivo y con conocimiento de causa. Así que eso y el parque móvil de Ulyanovsk aún van a tener que esperar un poquito. Para el camino aquí tenéis un montón de fotos sobre gastronomía, artesanía, y costumbres rusas.

Imágenes I

Imágenes II

Imágenes III

Al capitulo cuatro del viaje

Moonsa alunizó a las 10:33 PM Permalink
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"Llévate ropa de abrigo, que en Rusia va a hacer fresquito"

ulyanovskcentro_w.jpg

Señores, acabemos con los mitos de una vez, que no le sientan bien a la era de la información...
Rusia no es un país de nieves perpetuas donde los osos andan por las calles tocando la balalaika enfundados en bombachos, bailando a saltos el “Kalinka” mientras unas mujeres pequeñitas viven dentro de otras mujeres más grandes que a su vez viven dentro de otras todavía más grandes y todos se hartan de vodka.
Del mismo modo que en España quedan bien pocos toreros y el traje de faralaes es un vestido folclórico de una región española, que no representa el folclore de todo el país, y la gran mayoría de los españoles no tenemos ni puñetera idea de como tocar las castañuelas, y todavía menos de cantar flamenco.
Y en Rusia, en esta época del año, hace calor. No sólo aquí, en Ulyanovsk. Ayer mismo Sergio me dijo que en Siberia, estos días, debe hacer bastante más calor que aquí, salvo en algunas zonas muy septentrionales en las que hace bastante más del famoso “fresquito” contra el que todos nuestros amigos, parientes, y conocidos, nos prevenían antes de salir de viaje. Mi cazadora de invierno sólo ha salido a la calle un día que llovió a cántaros, y porque estaba resfriada, que si no... De hecho hoy mientras me zampaba un helado en una céntrica calle de la ciudad bajo un sol de justicia me he acordado mucho de mi bienintencionada madre ;).
Sin embargo el choque cultural es mucho mayor de lo que yo pensaba antes de venir. Pero por motivos muy diferentes del tipismo turístico y carrinclón que sigue envolviendo todos los lugares del mundo y sumiéndonos a todos en la más ridícula de las confusiones.
La vida aquí es tan diferente que no se por donde empezar.
Estoy preparando una especie de reportage fotográfico sobre los medios de transporte, que ilustrará, creo, muy bien el asombro que puede sentir un español (imagino que cualquier europeo) después de una semana de vivir aquí.
Me llevaría gustosamente a casa unas cuantas costumbres rusas, de hecho pienso instaurarlas en mi casa, con la excusa de mi marido... ;).
A saber:
- Al entrar en casa, zapatos fuera. Si no hay suficientes zapatillas para todos, da igual, van descalzos o en calcetines. Hace un par de días me resultó pelín chocante ver a cuatro amigos de mi marido en fila en “nuestra” habitación en calcetines, saludando con caras desconcertadas a la extranjera, o sea, a mi. Ahora no sólo me he acostumbrado si no que me parece un hábito excelente. Las alfombras y baldosas se mantienen más limpios, nadie tiene que soportar molestos zapatos (especialmente los de vestir) cuando llega a una casa, da una sensación genial de confianza y calidez, y para colmo casi obliga a que todo el mundo tenga bien limpitas y cuidadas las extremidades inferiores.
- Comer cuando se bebe, y comer bien. Aquí cuando vas a visitar a alguien, se cocina, sea la hora que sea. Quizás solamente una ensalada, o unas patatas, pero siempre se prepara algo. En lugar de toda la comida de plástico (patatas chips, ganchitos de queso, etc...) y frutos secos aceitosos y atiborrados de conservantes que solemos consumir los españoles de las ciudades en una reunión de amigos (eso cuando comemos algo, porque en España a menudo se bebe y no se come...), aquí la cerveza, el vodka, y el vino (las tres bebidas alcohólicas, por lo que veo, de uso más común) van siempre acompañadas de pepinillos o pepinos, tomates, patatas hervidas, un poco de carne o pescado en pequeños trozos, pan, fruta etc... A destacar que los visitantes suelen llevar parte de las bebidas y de las viandas, o incluso, muy a menudo, ir a la tienda con los anfitriones a comprar lo que se necesite. El te que no falte, aquí no se toma café casi nunca, y yo feliz, porque no soy nada cafetera, y siempre bebo te en casa, pero.... la mayoria de los españoles, lo se de buena tinta, no son más que una sombra de sí mismos hasta después del café con leche matinal, y se toman varios cafelitos al dia. Ya se que el te también es una bebida excitante, pero no lo suelen hacer fuerte, y además, una vez reposado, y especialmente si es te verde, no es tan “heavy” ni mucho menos, como el café.
- Zona de fumadores. Creí que lo del tabaco sólo pasaba en casa de Joker, hasta que he comprobado que pasa en todas partes, y lo curioso es que pasa también en las casas de los fumadores. Nada de fumar como chimeneas en la mesa, o delante del pc. Aquí determinan un lugar para fumar (suele ser el balcón, o la cocina) y fuera de ese lugar no fuma nadie. He observado por cierto que las latas de aceitunas vacías tienen cierta popularidad como ceniceros.
- Botellas vacías, fuera. Cuando en una reunión se bebe, sea vino, coca-cola, agua, cerveza vodka o lo-que-sea, no se dejan nunca las botellas vacías sobre la mesa. Según me han contado, esta costumbre, a parte de la obvia utilidad para el ahorro de espacio y para saber en todo momento de que bebidas se dispone, procede también de una superstición, según la cual las botellas vacías en una mesa con gente alrededor son signo de mala fortuna, algo así como un presagio de poca prosperidad para la familia anfitriona.

Como les he contado a nuestros amigos, también importaría gustosa la costumbre de disponer las manzanas de casas con zonas verdes en medio y alrededor, pero eso va a resultar pelín más complicado :D).
Hoy no hay fotos. Tendré que esperar un poco para ponerlas, porque sufrimos algunos problemas con internet.
Mañana más. Porque la españolita no deja de alucinar y de fotografiarlo todo. Por cierto observo un creciente interés de los amigos de Sergio en saber que pienso del país, de las costumbres. Hoy un amigo suyo le ha preguntado si yo pensaba que Rusia era un país maldito que nunca podría mejorar. Noto un sentimiento similar latente en muchas de las personas que conozco aquí.
El caso es que yo no pienso nada parecido.
Claro que hay muchas cosas mejorables en la calidad de vida de los ciudadanos (el asunto de la vivienda es especialmente preocupante, desde mi punto de vista, aunque empiezo a tener serias dudas sobre la validez real de mis puntos de vista) pero sin duda este es un gran país, poblado por una gente admirable que sabe vivir como pocos sabemos en nuestro mundo teóricamente más “moderno”.
Ojalá la rueda de nuestro supuesto “estado del bienestar” no se cargue al pasar todas las cosas buenas y auténticas que atesoran los ciudadanos rusos. Ojalá...

Al capítulo tres del viaje

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Lunes, 1 de Agosto de 2005

Ulyanovsk

pasilloregistro_w.jpg

27-28 de Julio de 2005

- Tren nocturno y llegada a Ulyanovsk

Medio dormidos y algo resacosos volvimos a casa de Iliá para recoger nuestro equipaje y despedirnos, no sin antes regalarle una botella de vino de Rioja y un fuet ;).
Pero Iliá finalmente nos acompañó a la estación, adonde llegamos en el coche de un señor al que paramos en una plaza, que se avino a llevarnos allí por un precio razonable.
De hecho Iliá iba cargado con un ordenador viejo. Nos pidió que se lo lleváramos a su mujer aprovechando el viaje, lo metió en bolsas de rafia de cuadros rojos y negros, la del monitor “vendada” con cinta aislante. Cuando llegáramos a Ulyanovsk llamaríamos a la novia y ella iría con su padre a recogerlo a la parada del bus. Por el camino observaba la ciudad por la ventanilla sin enterarme prácticamente de nada, mientras Sergio y el sonriente conductor charlaban, salpicando la conversación a menudo con la palabra “ispanska” y sus derivados, que obviamente aludían a mi, y a mi país :)).
El tren era tan antiguo, tan típico, tan hermoso, que creí que el mismísimo Hercules Poirot, con su bigote engominado y su cabecita de huevo, iba a asomar la cabeza por un compartimento como en “Asesinato en el Orient-Express”.
Compartíamos departamento con una señora muy amable que se llevaba a su nieta de unos tres años (una niña tan asombrosamente obediente y tranquila que no parecía de verdad) a su casa en Ulyanovsk, al parecer porque sus padres moscovitas estarían unos días fuera. Durante todo el camino fue leyéndole a la pequeña unos cuentos escritos en verso que según Sergio son bellísimos, y que como pude comprobar al llegar aquí, su familia entera conoce, e incluso recita.
Mi resfriado progresaba a pasos agigantados, así que el trayecto fue algo incómodo para mi, pero lo disfruté cuanto pude. Por cierto, los pinos de este bendito país también son de talla gigante. Miraba, escuchaba, y seguía alucinando, o mejor debería decir que cada vez alucinaba más.
Olvidé hacer una foto del vagón restaurante, una pena, a ver si la hago a la vuelta. Las cortinillas y mantelerias rojas, las mesas con su jarroncito de flores artificiales, todo me mantenía en una especie de sueño encantador, mientras me comía mi plato de goulash.
Angy y Natashka iban en el mismo tren, y pasaron bastante rato con Sergio, mientras yo dormitaba en la litera inferior tapada hasta las orejas y tomando te calentito, escuchando a la vecina de compartimento recitar versos en ruso que aún sin comprenderlos me parecían realmente hermosos, especialmente para un niño.
No quiero olvidarme de resaltar que, si bien los ferrocarriles rusos son viejos, los aseos de los trenes de largo recorrido están extraordinariamente limpios, el servicio es excelente y muy amable. Y estoy prácticamente segura de que aunque sólo estuve en ese tren, puedo generalizar. De hecho Sergio me asegura que en todos es igual.
Con la nariz taponadísima y una cara de zombie que tumbaba de espaldas, llegué a Ulyanovsk. Tomamos un taxi (uno de verdad), y después de dejar las bolsas con el ordenador en manos de la compañera de Iliá, llegué, de esta guisa, a casa de mis suegros.
Hubiera preferido llegar despejada, sonriente, pletórica, y no moqueando como era el caso, pero esas cosas no pueden escogerse.
El abrazo en el que me fundí con mi suegra en la puerta de su casa me hizo comprender enseguida que mi resfriado y yo estábamos allí tan a salvo como lo estaríamos con mi propia madre.

28 de Julio de 2005

- Viaje alucinante por la administración rusa.

Al día siguiente yo tenía que ir a la oficina del Registro. Había entrado con una autorización de turista, pero la empresa que se encarga de arreglar este tipo de cosas, nos avisó por mail de que en cuanto llegara al punto de destino debía registrarme especificando que viviría en casa de la familia de mi marido, porque el “visado turístico” era solo para mi estancia en Moscú como “persona en tránsito”.
A pesar de los tratamientos con te, miel, emplastos de cera caliente en el pecho, granulado de propolis, etc que me suministró la madre de Sergio, amanecí hecha un asquito, y para colmo en la ciudad llovía a cántaros, hacía viento, y bastante frío. Pero el asunto del registro no podía esperar.
Así que me abrigué, y nos fuimos a coger un taxi (otro de verdad).
Ya el día antes, al recorrer Ulyanovsk, me sentí como transportada a los años setenta. Al llegar al registro esa sensación se acentuó, primero al ver los coches en el aparcamiento y la señora con el inevitable pañuelo, de pié en la entrada, vendiendo “piroshki” (una especie de pastas calientes que contienen carne o verduras y que en Rusia parecen ser tan populares como en España los bocatas) junto a su contenedor de hierro parecido a una estufa vieja pintada de blanco sucio donde colgaba un cartel con los precios escritos a mano en tinta negra, y luego....
Luego me encontré sumergida en la odisea administrativa más psicodélica por la que he pasado nunca.
Con el pasaporte, el visado, y la autorización, nos dirigimos confiados a la oficina de registro de extrangeros, un lugar tétrico y mal iluminado, con colas en todas las puertas, la mayoría repletas de desesperados ciudadanos de repúblicas ex-soviéticas que aprovechaban las vacaciones de verano para venir a ver a sus familiares, y una señorita que apuntaba a mano los nombres de los que iban llegando en una lista que apoyaba sobre el tablero que cubria un viejo radiador.
Esa misma señorita nos informó de que no bastaba con traer los documentos que ya llevábamos, si no que también era necesario lo siguiente:
-Una autorización firmada por toda la familia de Sergio en presencia del funcionario de empadronamiento del barrio certificando que todos estaban conformes en alojarme en su vivienda.
-Un papel de la policía criminal certificando que me habían tomado fotos de frente y de perfil y todas las huellas dactilares.
-Un papel firmado por el policía jefe a cargo del barrio de la familia de mi marido confirmando que había visto y dado su conformidad a los dos documentos anteriores.
Cuando Sergio me tradujo todo esto se me cayó el alma a los piés, porque resulta que si en tres días no has hecho todo esto (por su puesto la cosa cambia si vienes con un paquete turístico y te alojas en un hotel, pero yo era una visitante “privada”), eres un ilegal en Rusia, y resulta también que cualquier policía puede pedirte los documentos en cualquier lugar por el que pasees en pleno día, sólo porque le da la gana, o porque te oye hablar en un idioma extranjero, y que yo ya llevaba casi dos días allí, sin haber acudido antes a las oficinas por causa de mi terrible resfriado, y porque no abren todos los días, y cuando abren trabajan muy pocas horas....
Después de un rato de espera entramos en una oficina oscura, empapelada en tonos ocres (en Rusia toooodo está empapelado, y predominan las guirnaldas de florecitas), en la que una funcionaria que parecía haberse tragado el palo de una escoba recogió los documentos, escuchó, y recitó la retahila que ya sabíamos con el acento más serio que os podáis imaginar, con una cara de pócker digna de película de serie B, con un peinado empapadito en laca que la hacía parecerse extraordinariamente a la madre de la bruja Samantha (recordáis esa serie de los años 60?), gafas de concha negras y pendientes de media perla falsa. No estoy exagerando, lo prometo. Parecía la oficinista mala de un comic de la Marvel.
De allí pasamos al edificio contiguo, aún más tétrico que el anterior. Hay una foto en las imágenes, pero no hace justicia a la realidad. No se ven los desconchones en la pared, las puertas de distintos colores, las fotocopias que servían de carteles en cada oficina, ni la oscuridad reinante, porque para que veáis más o menos la foto, he tenido que retocar la luz con Photoshop.
Allí tenían que hacerme las fotos. Estaba cerrado, aunque dentro del despacho (lamentable, con algún agujero en la pared, sucio, mal iluminado...) unos funcionarios jovencísimos nos informaron de que además de lo que nos habían dicho ya, necesitábamos llevar una foto carnet. Bendije a mis padres que me han convertido en una maniática de la previsión. Por eso al salir de casa puse en mi cartera algunas fotografías que me sobraron del visado y el pasaporte, por si acaso...
Entregamos la foto y nos emplazaron a volver tres horas después. La oficina abría de nuevo de 15 a 17, y no podíamos andar con remilgos, porque al día siguiente era sábado, y estaba cerrado. Teniendo en cuenta que esta clase de oficinas tampoco abren los lunes, si no volvíamos mi situación se hacía harto complicada.
Así que regresamos después de comer, aprovechando el intervalo para que sus padres fueran a la oficina del distrito a firmar conforme me admitían de buen grado en su casa. Yo no estuve en esa oficina, pero tardaron casi tres horas. Por lo visto la policía se negaba a creer que en el registro nos habían enviado allí, se negaba a aceptar las firmas de mis suegros...Menos mal que mi marido es tan terco, menos mal!
Y al volver fue el acabóse. El fotógrafo se había largado, y nadie tenía ni la más ligera idea de cuando volvería. Estuvimos esperando las dos horas que se suponía que aquel despacho estaba operativo, y no esperamos solos. Un grupito de unos seis ex-soviéticos estaba con nosotros. Precisamente salió un funcionario a decir que después de nosotros, se cerraba el chiringuito. La gente se cabreó bastante (aunque fue un cabreo muy dentro de los límites de la educación por ambas partes), y después de un buen rato discutiendo con dos funcionarios, estos dijeron que atenderían a todo el grupo. Y a esperar. Me hiceron pasar a la tétrica y desvencijada habitación. La hubiera fotografiado, porque pensé que si me limitaba a contarlo nadie me creería, pero aunque Sergio me sugirió que le pidiera permiso al joven oficinista, desistí. Bastante tenían aquellos chavales como para ser avergonzados por una turista de trabajar en unas penosas condiciones de las que no eran culpables.
En este extraño lugar se repitió el fenómeno al que ya me estaba habituando. En cuanto Sergio pronunciaba la palabra “ispanska”, todos sonreían, inclinaban la cabeza, y me miraban como si fueran a adoptarme o algo así. El funcionario le dijo sin tapujos que si lo hubiera dicho antes, me hubieran hecho pasar la primera. Empezó a tomar mis datos, entre risas y comentarios amables, y aseguró que en el distrito era la primera extranjera que se registraba, aunque enseguida se rectificó diciendo que un año antes había ido un americano. Su compañero de mesa escribía entretanto los datos de un joven detenido sentado a nuestro lado, y fumaba, tirando la ceniza en una lata de cacahuetes.
Entonces me tomaron las huellas. Todos los dedos de las dos manos, los dos pulgares, la palma de las dos manos entera, hasta la muñeca. El chaval me iba untando de negro con un pequeño rodillo sin dejar de reírse; él mismo debía comprender lo absurdo de la situación, y me ayudaba a imprimir mis huellas sobre un papel en el que él mismo iba escribiendo algunos datos a mano.
Cuando terminó me dijo que podía ir a lavarme las manos. Problema. Habíamos visto en el pasillo un lavabo que ostentaba un letrero de cartón con el clásico “Ne rabotaet” (no funciona). El simpático chaval (por cierto extra-rubio, raya al lado, y con los ojos extra-azules, tal como está mandado y para completar el cuadro) nos dijo que entráramos de todos modos.
Y allá fuimos.
Cuando entré me quedé de piedra, y no sólo por el olor, que es algo que se puede encontrar, por desgracia, en algunos WC públicos españoles (aunque sinceramente, no en los edificios de la administración pública), sino por como estaba aquello. No tengo palabras, pero de eso si que tengo fotos. De eso y del lavabo de caballeros, que por lo visto si estaba... en uso...
Rebusqué en la mochila y las manos me las lavé con colonia y un kleenex en el pasillo.
Volvimos a la oficina siniestra, y el chaval rubio nos anunció contentísimo que el fotógrafo había vuelto. El alborozado grupo de ex-soviéticos y nosotros, todos a una y sonriendo, procedimos a seguir al funcionario camino de otro edificio, donde nos iban a fotografiar.
Nos hicieron pasar a una sala en la que anunciaron que sólo podían entrar aquellos a los que habían tomado las huellas, y mi marido, excepcionalmente, como mi traductor.
La “sala” no era más que el inicio de un ancho pasillo, del mismo estilo que todo lo demás, pero pintado de verde muy clarito. Allí había, en la pared, una gran placa blanca sobre la que destacaba un listón que marcaba los centímetros de altura. Allí me colocaron, primero mirando al fotógrafo de frente, luego de perfil. No pude evitar reírme mientras me fotografiaban. Todo aquello me parecía terriblemente irreal. Por cierto a los visitantes ex-soviéticos, lo de que les hicieran semejantes fotos, a juzgar por sus taciturnos rostros, no les hacía la menor gracia, y lo encontré muy lógico, y muy triste.
A destacar que el fotógrafo esgrimía una cámara digital de las más modernas que he visto en mi vida, y a destacar también que, por el contrario, en ningún despacho, ni por casualidad, vi un sólo ordenador.
El rubio oxigenado con hoyuelos en las mejillas nos dió un papel escrito a mano en el extremo inferior derecho del cual figuraban unas palabras escritas por él en diagonal, algo como “certifico que está registrada en el departamento de policía criminal” y su firma.
De allí, a otro despacho. Yo no sabía adónde íbamos, y me sorprendí al ver aquella oficina. Estaba limpita y ordenada, las dos mesas eran viejas, pero del mismo color, el papel de la pared parecía reciente, había un pequeño radio cassette, visillos en la ventana, y un samovar eléctrico. Le comenté a mi marido que quizás debería hacer una foto para hacer justicia, puesto que había tomado las otras tan horribles. Ahí Sergio me miró con cara de cachondeo y me dijo “Esto, cariño, es el despacho de la Jefa del Registro”
Sólo alcancé a parpadear. A fotografiar no me atreví porque ya se me había contagiado el temor a los uniformes. No puedo olvidar que en algún pasillo, cuando le dije a Sergio que en la administración a veces había que ser más exigente y protestar, me dijo quedamente “Cariño, no se puede protestar contra el Estado”.
En la sala siguiente había dos funcionarios compartiendo una mesa bajo una gran bandera rusa, y al fondo, una policía de galonado uniforme sentada en un enorme y viejo sillón giratorio.
Empezó a recitar los documentos que debíamos entregarle en un tono de mala leche considerable, pero cuando le alargamos todos los papeles y vió que era española, abrió mucho los ojos, pronunció la palabra mágica “ispanski??” y todo fueron sonrisas. Me interrogó, es decir, me preguntó incrédula si de verdad era española, si de verdad era la mujer de Sergio, si él en España vivía en mi casa, a lo que dije que por supuesto riendo, y acto seguido me preguntó que si es que no pensaba tener hijos con él. Respondí “pronto” en español, y por lo visto entendieron perfectamente porque todos asintieron y rieron satisfechos.
El proceso no había terminado.
Faltaba la firma del policía del barrio, un policía que según nos habían comentado los compañeros de cola, no estaba nunca, en ningún barrio...
Al bajar las escaleras Sergio meneaba la cabeza y murmuraba apesadumbrado: “Me había olvidado de cómo es vivir aquí”.
De repente recordé como le apremiaba hace dos años, cuando él estaba arreglando sus papeles para ir a España. Se me hizo un nudo en el estómago y le besé, allí, en las escaleras desgastadas, delante de las narices de un par de policías y un militar. Todo me daba igual. Ahora comprendía.
(Nota: Después de una noche y una mañana esperándole durante horas, el famoso policía del barrio no apareció. Según parece están tan mal pagados y el trabajo es tan chungo, que mucha gente ni siquiera acude, con lo que los responsables van de culo todo el tiempo. Sergio volvió al registro con mis papeles, lo explicó, y la seria pero correcta funcionaria del pelo inverosímil (que si tiene la oficina abierta en sábado) le creyó, y se quedó los papeles, incluyendo mi pasaporte y mi visado. Si Dios quiere mañana seré una visitante legal en viaje privado por Rusia).

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Al capítulo dos del viaje


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Moscú

salirdelmetro_w.jpg

- Señoras y señores, bienvenidos a Rusia.

Presenté los documentos en una ventanilla, me hicieron rellenar un papel, y empezo el acoso.
Un enjambre de hombres de todas las edades se echaba sobre nosotros ofreciendo taxi. Lanzamos andanadas de “niet, spasiba” a diestro y siniestro, pero, Creéis que sirvió de algo???
Algunos de ellos se pegaban a nosotros sin dejar de hablar y nos perseguían por todo el aeropuerto. Uno, en concreto, siguió a mi marido a varios lugares adonde fue a pedir información. Era tan pegajoso que lo que único que consiguió fue que finalmente le despidiéramos con cajas destempladas (la vía educada ya resultaba totalmente inútil)
Sergio fue a informarse de autobuses para ir al centro y me dejó un momento sola con las maletas. Podéis imaginarlo, a los diez segundos, una voz a mi espalda me ofrecíaa un taxi, y luego soltaba una retahila que naturalmente no entendí. Imperturbable, y con la mejor de mis sonrisas, le dije que “Ya ne ponemayu parrusski” es decir, que no entendía el ruso, y él, con una socarrona sonrisa más propia de un andaluz que de un moscovita, me contestó “Poimaesh taxi?” o sea, que si lo de taxi lo pillaba. Me dieron ganas de echarme a reír, pero seguí todo lo imperturbable que pude y con cara de turista lela repetí insistentemente “niet niet spasiba” hasta que volvió mi marido.
Despues de unas cuantas vueltas y consultas, llegamos a la conclusión que lo mas lejos que llegábamos sin un taxi, era a la parada de metro mas próxima (esto en una especie de furgonetas con asientos que resultan ser una especie de taxi/bus), y decidimos coger pues… un taxi :D, eso si, con un taxista mucho más amable que se limitó a ofrecer su coche y quedarse parado frente a nosotros en silencio viendo como descubríamos que no había otra opción y caíamos como frutas maduras.
El episodio de acoso merece una aclaración muy importante. A saber, todas estas personas que ofrecían sus “taxis” eran conductores particulares, que ofrecen servicio de transporte a los turistas, ante la escasez de taxis de verdad, y así de paso se hacen su negociete extra. Al día siguiente, en la ciudad, descubriría que si alargas la mano hacia la calzada en una calle de Moscú, al poco rato se detiene cualquier coche, te pregunta a donde vas, y si le va bien y os ponéis de acuerdo en el precio, te lleva a tu destino.
En honor del señor que nos llevo a casa de los amigos de Sergio donde dormimos la primera noche, diré dos cosas, la primera, que no nos cobró ni un kopek de más sobre el precio habitual del trayecto al centro, y segundo, que actuó espontáneamente de guía turístico con extraordinaria amabilidad, explicando todo lo que sabía sobre los lugares de interés por los que pasamos, y respondiendo a todas las preguntas. Fue un trayecto muy interesante en el que vi el centro de Moscú de noche, pasando por delante del teatro Bolshoi, viendo de lejos los edificios de la plaza Roja, etc, etc.
Y finalmente llegamos a casa de Iliá.

- Apartamentos compartidos y Moscu de noche

Mis primeros descubrimientos sobre costumbres rusas fueron que en al entrar en la casa hay que quitarse los zapatos (todos cuentan con un pequeno stock de zapatillas y chanclas de diferentes tallas para cambiar por los zapatos en la puerta), que lo mas normal es que te lleven a la cocina, y acto seguido te ofrezcan te, que el aseo y el baño suelen estar en dos cubículos separados y contiguos, y que el mismo caño que da agua a la pica del labavo, se gira y da agua a la bañera (de patas), o, moviendo la llave, a la ducha.
Y alli estaba yo, sentada en la cocina de aquel apartamento compartido, por lo que pude ver, por unos cuatro adultos y un niño.
Iliá es periodista. Su mujer y su hijo no estaban porque se encuentran en Ulyanovsk con la familia, pasando las vacaciones.
El piso era muy pequeno y los muebles, procedentes sin duda de los contenedores de basura, no eran precisamente los que en España solemos llevar a casa los usuarios del “made in container” sino mas bien los que dejamos para que se lleve el camión de recogida.
Fuimos a comprar “pelmeni” , un tipo de pasta muy popular en Rusia que tiene cierta semejanza con los tortellini, para cenar. Observé sorprendida que apenas si hay tiendas propiamente dichas. Lo que abunda son una especie de chiringuitos cubiertos en los que puedes encontrar desde una lata de coca-cola hasta pilas para el discman, pasando por comida congelada, tabaco y pan. En algunos lugares donde se agrupan muchos de estos chiringuitos, estos estan separados por el tipo de artículo que venden, y son especializados, unos para comida, otros para chismes electronicos, otros para musica, etc., resultando algo parecido a lo que seria un mercadillo español.
Despues de cenar salimos a dar un paseo. Era bastante tarde y a nosotros ni se nos hubiera ocurrido salir solos a esa hora, pero Iliá lleva ya unos anos viviendo en Moscu, y nos contó además que desde que su mujer estaba de vacaciones le había dado por pasear por la noche para descubrir calles y lugares.
Caminamos mucho, y resultó francamente agradable. Había muy poco trafico, algunos grupos de jovenes se sentaban cerca del río Moscu a charlar con sus botellas de cerveza en la mano. Cuando me sentí un poco cansada de andar, Ilia nos llevó a una parada de trolebus para que descansara en el asiento que allí había. Ya me habia percatado de que a lo largo del río no había ni un solo banco para sentarse.
Volvimos a casa en tranvía y caí en la cama rendida mientras ellos charlaban. Normal, Sergio llevaba mas de dos años sin ver a todos sus amigos y familiares. Me dormía sintiéndome algo extraña, mirando a mi alrededor y preguntándome en que clase de fantasía vivimos en España las personas que no tenemos dinero y sin embargo resultamos tan exigentes a la hora de elegir apartamento (como si aquí se pudiera siquiera elegir), de rodearnos de montones cosas prescindibles, de preocuparnos tanto por lo que “se ve”. Yo, la alternativa, la medio/hippy, la bohemia, descubrí de repente que era una burguesa, y mi corazón se quedo sentado del susto, apretadito contra mi pecho, escondiendo su vergüenza y su desconcierto.
Sin embargo dormí bien. Aquel destartalado lugar resultaba cálido y acogedor, mira por dónde.

26 de Julio de 2005

- Turismo pasado por agua.

El dia 26 amaneció nuboso, pero eso no me arredró. Iba a estar un día en medio en Moscú y queria ver todo lo posible de la ciudad. Quería coger el metro, del que tanto había oído hablar, y lo cogí, vaya si lo cogí. De hecho acabé harta de metro, pero os puedo asegurar que hoy por hoy conozco el metro de Moscú casi tan bien como el de Barcelona (ademas tengo el plano :D).
Bromas aparte, es cierto, muchas de las estaciones de metro moscovitas son realmente espectaculares, y en el link a las imánes al final de la página tenéis algunas muestras de ello.
Pasamos el día con un amigo de la familia de Sergio, que muy amablemente nos acompañó en nuestro recorrido, llevándonos a las paradas de metro mejores. Nos bajábamos, fotografiábamos, y subíamos al siguiente tren. Hubo algo que me maravilló casi tanto como las lámparas y las estatuas, y fue la rapidez con la que se sucedían los trenes en las estaciones. Un sueño oiga, pasan cada 20 segundos como mucho, y os juro que no exagero. En esta ciudad debe ser muy difícil poner como excusa el retraso del metro para llegar tarde al trabajo, puedo jurarlo ;).
Luego fuimos a un lugar que esta al lado del parque Ismailovsky, se llama Vernissage, y es una especie de mercadillo de artesanía que hace las delicias de cualquier turista. Allí probe por primera vez el Kvas, una bebida que se hace con pan fermentado y que una señora vendía en vasos de plastico que llenaba desde una especie de bidón metalico pintado de amarillo chillón, con un grifo ((está riquísimo), y compré un gorro para mi colección. Un día de estos pondré en el blog la foto del gorro, puesto en mi cabeza. Los vendedores me colocaron varios y al verme en el espejo me acordé de las fotos de la Gorbachova en los periódicos, y me moría de risa. Me queda fatal, pero son geniales y en los trayectos hacia mi trabajo en pleno invierno me va a ir de perlas. También se que aquí estos gorros tipicos ya casi no se usan, al menos no en las ciudades, pero no me importa, una tiene su corazoncito, y de cuando en cuando me gusta ejercer de turista en toda regla.
Habia matrioskas y artesanía en madera, chales y otras chucherías. Me lo hubiera llevado todo, porque aunque sabía que todo era puro reclamo para turistas, estaba hecho con exquisito gusto y todo detalle, y ni una sola pieza ostentaba esos carteles que odio con todas mis fuerzas, del tipo “Recuerdo de Moscú”. Pero mi marido me convenció de que en su ciudad podria comprar lo mismo mucho más barato, así que me conformé con el gorrito.
Luego me llevaron al mercado contiguo, donde me compré una mochila pequeña (la mía estaba rota) después de que el comerciante, Sergio, y su amigo, se enzarzaran en un regateo y consiguieran que les dejara la bolsa por el precio que ellos consideraban justo. Paseamos por el lugar un rato. En un tenderete la vendedora agarró a Sergio por el brazo y lo estiró para meterlo bajo el toldo y mostrarle las excelencias de los productos. La moda era años 80 total, pero yo ya no me sorprendía mucho después de que en el paseo nocturno por la orilla del rio Moscú con Iliá la noche anterior había podido observar como al lado de los Hyundai y los Renault último modelo, las calles estaban absolutamente llenas de ciertos Lada antiguos que se parecen extraordinariamente a los 124 y 1450 de la Seat que tan populares fueron en España hace ya bastantessss años.
Nuestro amabilísimo acompañante nos invitó a comer a su casa, una sopa muy especiada que me encantó, aunque no se si él me creyó cuando se lo dije, porque nos había instruído primero entre risas de que cuando nos preguntase contestaramos “da, da, ochen jaracho” (si si muy bien) aunque la hubiéramos encontrado malísima :D.
Luego fuimos a la Plaza Roja, pasando antes por otro mercadillo y por un parque enorme en un lugar llamado VDNH donde parece que se hacen Ferias de Muestras.. Llovía a cántaros y no llevábamos paraguas. Pero yo tenía poco tiempo, y tenía que verlo todo… (por eso ahora escribo con chaqueta de piel, pañuelo al cuello, y patukos, dentro de una casa en la que debemos estar por lo menos a 25 grados, y me acabo de tomar una cucharada de miel con leche caliente - aunque ooodio la leche caliente - que me acaba de traer mi solícita suegra, aiiins mi mala cabeza :D… )
A ultima hora de la tarde nos despedimos del amigo de la familia agradeciéndole su gran amabilidad (de veras fue un encanto) y nos metimos en el metro camino de la casa donde íbamos a pasar nuestra segunda noche en Moscú.

- Un albañil moldavo.

Joker vive casi en las afueras, así que después de llegar al final de la línea, tuvimos que coger aún un “tren ligero” que nos llevó una estación más allá.
El tren iba atestado de gente, y aunque era menos ruidoso que el metro (el metro metía un ruido infernal) yo ya estaba medio sorda. Mi resfriado avanzaba a pasos agigantados, y mi voz dejaba mucho que desear. Preguntaba cosas a Sergio casi a gritos todo el tiempo, y al entrar en el tren no me di cuenta de que mi boca caía pero que muy cerca de la oreja de un trabajador con aspecto más que cansado.
El hombre se puso a hablarme de repente, tomándome por italiana y aludiendo a mi parloteo, que por lo visto le molestaba.
Sergio le explico que era española y le pidió disculpas, contándole que no entendía y que el ruido del tren me hacía hablar más alto de lo normal.
Al oír que era española el hombre sonrió y pareció suavizarse de repente (luego he podido observar este fenómeno en muchas personas más, incluidos varios funcionarios de la administración rusa).
El buen hombre, que llevaba consigo a sus dos hijas pequeñas, resultó que bajaba en la misma estación que nosotros. Alli pidió disculpas alegando que volvía rendido del trabajo. Nos contó que era moldavo, pero que se había ido de Moldavia porque allí las cosas estaban muy mal y no había trabajo. Él era albañil, por lo visto uno muy experto, y en Moscú había encontrado un buen trabajo, claro que a costa de hacer más horas que un reloj. . Me aseguró sin parar de sonreír y gesticular que los azulejos españoles eran una maravilla, y que él los usaba a menudo en en sus obras a pesar de que aquí resultaban carísimos. Sergio acabó haciéndole un resumen de nuestra historia, y el buen hombre nos comentó, al saber que yo era catalana, que el rumano, el moldavo y el catalán (quién me lo iba a decir a mi) tenían muchas cosas en común. La verdad es que me puso algunos ejemplos y no andaba tan desencaminado. Finalmente nos ayudó a encontrar la calle que buscábamos y después de presentarnos a las dos pequeñas, desearnos una feliz estancia en Rusia y pedir disculpas por su irritabilidad un par de veces mas, se marchó.

- Primera pianka

Llegamos a casa de Joker (bueno ese es su nick, el nombre verdadero es Alexander), que resultó ser un apartamento muy parecido al de Iliá y también compartido por cuatro personas.
Joker es un hombre muy efusivo, así que despues de darle varios achuchones a Sergio sin dejar de sonreír (casi me lo desmonta, porque Sergio esta flaquísimo, y las proporciones de su amigo son mas bien semejantes a las mías :D), emocionado y desconcertado balbuceó que allí daba igual si nos quitábamos o no los zapatos, que hicíeramos lo que nos diera la gana y nos tumbáramos en cualquier parte.
Al rato nos llevó a la cocina y nos ofreció una infusión. Allí nos sentamos en el suelo, sobre los almohadones que algun día fueron de un sofá azul oscuro, alrededor de un tablero viejo con incisiones irregulares por todas partes que se sostenía sobre rollos de papel de periódico atados con cordel negro, a una distancia de palmo y medio del suelo. Volvi a sentir que algo se removía dentro de mi al recordar que allá en mi tierra algunos de nosotros nos autodenominabamos “alternativos”….
Al cabo de un rato empezo a llegar gente. Lena, compañera de Joker, Tigra (otro amigo de Sergio de toda la vida que en realidad también se llama Alexander) y su novia Katya, otra pareja, Angy (otro mote) y Natashka, unos recién casados que acababan de llegar de pasar la luna de miel en Turquía, y en los que se notaba cierto matiz (ligerísimo y nada ostentoso) que hablaba de una mejor posición económica que la del resto de sus compañeros, y finalmente Vitok (un amigo de Sergio que hace tiempo fue víctima de una paliza en la calle por parte de unos gamberros y sufrió terribles secuelas por los golpes en la cabeza, pero que por fin parecia prácticamente recuperado, cosa que emocionó enormemente a mi marido).
Toda esta gente son de Ulyanovsk y hace tiempo se fueron a Moscú en busca de una prosperidad que en su ciudad ven imposible.
Lo siguiente era de esperar, y de hecho ya llevaba días previsto. Improvisaron una “pianka”, una especie de fiesta-reunión en la que se come, se bebe (los rusos siempre que beben van picando algo) y se charla hasta las tantas de la madrugada.
Nosotros corrimos con los gastos en parte en agradecimiento por su hospitalidad y en parte porque la nevera estaba vacía y temblando, como los bolsillos de la mayoría. De hecho Joker explicó que en una semana se iban del piso porque no podían pagarlo, y quedarían los cuatro repartidos en distintas casas, de tal modo que por ejemplo él y su compañera, durante un tiempo (indefinido de momento), ni siquiera vivirían en la misma ciudad. Lo que me parecía curioso es que comentaban este asunto sin alterarse ni pizca, sin hacer el más mínimo drama de la situación.
Angy y Natashka hablaban inglés, lo cual fue un verdadero alivio, porque aunque escuchaba con atención y de cuando en cuando solicitaba traducción a Sergio (no quería molestarle demasiado) empezaba a dolerme la cabeza por mis esfuerzos demasiado a menudo infructuosos en comprender..
Charlaban sin parar, bromeaban, y Joker, con el móvil en la mano todo el tiempo, lo fotografiaba absolutamente todo sin dejar de exhibir una sonrisa de niño travieso que me hacía morir de risa.
A nadie le importaba que no hubiera dos vasos o platos iguales en toda la casa, y cuando en un agitado y gesticulante discurso a Tigra se le cayó un enorme colchón que estaba apoyado en una pared (y sobre el que yo misma dormiría algo más tarde) en la cabeza, le dejaron debajo hasta que consiguieron sacar la foto partiéndose de risa. Y no os perdáis el detalle, a pesar del desorden reinante, de los escasos muebles, de la precariedad de condiciones de aquella casa en general, cuando pregunté si podia fumar se me informó de que solamente en la cocina o en el balcón, y puedo jurar que aún de madrugada y con todos ligeramente cocidos, se respetó la norma a rajatabla en todo momento.
Después de un par de vasos de vino, unos cuantos cigarrillos y unas rodajas de un embutido pariente lejano del salchichón, me encontré interviniendo en algunas conversaciones (milagro de milagros, comprendía cosas!!!) y ya de madrugada, vasito de vodka en mano, incluso hice breves demostraciones de mi balbuceante ruso, lo que me valió que me corearan y animaran con los ojos muy abiertos al ver mis progresos, y mi buena pronunciación. Si, no es vanidad, apenas si chapurreo cuatro frases en ruso, pero puedo leer cirílico y además pronuncio bastante bien, gracias a mi exigente y perfeccionista marido.
Vitok ademas de cuando en cuando me hablaba despacito, marcando las palabras, y ayudándose con gestos, para que cogiera el hilo.
Algunos se fueron a dormir y los demás nos retiramos a la cocina (lo cual suponía quedar a unos dos metros de los demás y sin puertas que nos separasen, pero todo el mundo parecía satisfecho con el arreglo, y os aseguro que los que se fueron a la cama dormían como angelitos a los dos minutos).
Antes de acostarme escribí un poco en un cuaderno que compré para el viaje. Estaba muy agitada. Me daba cuenta de que a pesar de sus precarias condiciones de vida, envidiaba su calidez, su espontaneidad, en general su ausencia de malicia. Y algo se rebeló dentro de mi al darme cuenta de que poco a poco les irían llegando el progreso y las comodidades, pero que eso les crearía necesidades absurdas, angustias prescindibles. No es justo que una mejor calidad de vida lleve aparejados tantos inconvenientes que actúan en detrimento de lo verdaderamente humano, y si eso es algo que siento y me duele siempre, esa noche lo sentí multiplicado por mil. El resfriado y mis pensamientos parecían no querer dejarme dormir. Pero finalmente la partida la ganaron el cansancio, y el vodka ;).

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Al primer capitulo del viaje

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Viaje a Rusia

aeropuertobcn.jpg

(28-7-05) Bueno, estoy en Rusia, en casa de mis suegros, sudando bajo mi ropa de abrigo mientras intento recuperarme de un terrible resfriado, y mi familia política al completo me mima, me observa, y me habla en ruso despacito para que logre entender y aprender algo. Mis sobrinos arman, mientras escribo, bastante ruido en el pasillo. Me siento en casa ;) Despues de cuatro días en este país siento que la experiencia merece un diario, un reportaje, no se, una mezcla de ambas cosas, incluyendo fotos. Salí sabiendo que esto no sería exactamente un viaje turístico, y no lo es, por más que haya estado en la Plaza Roja y le saque fotos a todo lo que veo. Así que empiezo, con el ánimo de compartir con vosotros lo que estoy viendo, oyendo y sintiendo. (1/08/05) He tardado en publicar esto porque tenia muchos problemas con Internet, aqui las comunicaciones van un poco “de aquella manera”..., por eso este lio de fechas. En cuanto a las fotos, cuando vuelva a Breda los links llevarán a páginas más ordenadas y mejor diseñadas, pero de momento es lo que hay, es que el pc de mi suegro está un poco chungo y Sergio aun no ha tenido tiempo aquí de ponerse a hacer de técnico informático ;). Ah, si falta algún acento no me lo tengáis en cuenta, escribir en español aquí es un poco una odisea....

25 de julio de 2005

Paz y aceptación entre nubes.

Llenita de valeriana, flores de bach, incluso un tranquilizante, subi al avión de Aeroflot con destino Moscú.
No era ni mucho menos la primera vez que iba en avión, pero la salida me dejó clavada en el asiento. Después de descubrir que en los aviones de Aeroflot los gordos no podemos usar las bandejas, y apenas abrocharnos el cinturón, note que los despegues con estos aparatos son algo “bruscos”, así que, con el corazón en la boca no se si por el miedo o la apretadísima sujección en mi cintura, me encontré en el aire, viendo como la costa barcelonesa empequeñecía a velocidades de vértigo, vigilada de cerquita por mi solícito marido.
Tras el numerito habitual del salvavidas, enseguida ofrecieron vino, agua y refrescos. Escogí agua, asustadísima como estaba, pero al ratito opté por pedir un vasito de vino blanco, qué caramba, y lo acompañé con la bolsita de cacahuetes con la que nos obsequiaron..
Entre las idas y venidas de las azafatas con el carrito y los periódicos, cuando me quise dar cuenta había pasado una hora. Estaba tranquila y ya quedaba menos, así que me relajé considerablemente.
Hubo algunas turbulencias, y nos pidieron que nos abrocháramos de nuevo el cinturón y nos quedáramos quietecitos en nuestros asientos. Todo esto en ruso, y luego en un inglés tan extraño que aunque parezca mentira, era la parte en ruso la que entendía mejor.
Las turbulencias son algo así como andar por una pista forestal llena de socavones con un coche que tiene mal el sistema de amortiguación. La única diferencia es que uno sabe que está en el aire, y francamente acojona un poco. Pero mucho menos de lo que creía antes de salir.
Nos quedamos dormidos intentando leer (víctimas de los dos últimos días de nervios, preparativos, despedidas y escasísimas horas de sueño) y cuando nos despertamos nos trajeron las bandejas de comida. Para ser “comida de avión” no estaba mal, el caso es que como antes de salir ignorábamos si iban a darnos algo, nos habíamos puesto ciegos de bocadillos en el aeropuerto, y yo ni siquiera pude terminar el segundo plato. El inevitable te nos sentó, ni que decir tiene, de maravilla.
La ultima hora de vuelo fue una auténtica gozada. Nos dedicamos a ver las nubes (yo habia pedido asiento de ventanilla al comprar el billete) y a fotografiarlas, y aquí dejo algunas muestras, aunque la sensacion incomparable de tenerlas tan cerca, debajo, al lado, envolviéndonos, apenas si puede captarse en una foto.
Cuando empezamos a bajar gocé de una alucinante immersión en una especie de mundo de algodón blanco, y así entre algodones me encontré casi de repente con que estábamos aterrizando en Sheremetyevo.

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