1 de Agosto 2005

Ulyanovsk

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27-28 de Julio de 2005

- Tren nocturno y llegada a Ulyanovsk

Medio dormidos y algo resacosos volvimos a casa de Iliá para recoger nuestro equipaje y despedirnos, no sin antes regalarle una botella de vino de Rioja y un fuet ;).
Pero Iliá finalmente nos acompañó a la estación, adonde llegamos en el coche de un señor al que paramos en una plaza, que se avino a llevarnos allí por un precio razonable.
De hecho Iliá iba cargado con un ordenador viejo. Nos pidió que se lo lleváramos a su mujer aprovechando el viaje, lo metió en bolsas de rafia de cuadros rojos y negros, la del monitor “vendada” con cinta aislante. Cuando llegáramos a Ulyanovsk llamaríamos a la novia y ella iría con su padre a recogerlo a la parada del bus. Por el camino observaba la ciudad por la ventanilla sin enterarme prácticamente de nada, mientras Sergio y el sonriente conductor charlaban, salpicando la conversación a menudo con la palabra “ispanska” y sus derivados, que obviamente aludían a mi, y a mi país :)).
El tren era tan antiguo, tan típico, tan hermoso, que creí que el mismísimo Hercules Poirot, con su bigote engominado y su cabecita de huevo, iba a asomar la cabeza por un compartimento como en “Asesinato en el Orient-Express”.
Compartíamos departamento con una señora muy amable que se llevaba a su nieta de unos tres años (una niña tan asombrosamente obediente y tranquila que no parecía de verdad) a su casa en Ulyanovsk, al parecer porque sus padres moscovitas estarían unos días fuera. Durante todo el camino fue leyéndole a la pequeña unos cuentos escritos en verso que según Sergio son bellísimos, y que como pude comprobar al llegar aquí, su familia entera conoce, e incluso recita.
Mi resfriado progresaba a pasos agigantados, así que el trayecto fue algo incómodo para mi, pero lo disfruté cuanto pude. Por cierto, los pinos de este bendito país también son de talla gigante. Miraba, escuchaba, y seguía alucinando, o mejor debería decir que cada vez alucinaba más.
Olvidé hacer una foto del vagón restaurante, una pena, a ver si la hago a la vuelta. Las cortinillas y mantelerias rojas, las mesas con su jarroncito de flores artificiales, todo me mantenía en una especie de sueño encantador, mientras me comía mi plato de goulash.
Angy y Natashka iban en el mismo tren, y pasaron bastante rato con Sergio, mientras yo dormitaba en la litera inferior tapada hasta las orejas y tomando te calentito, escuchando a la vecina de compartimento recitar versos en ruso que aún sin comprenderlos me parecían realmente hermosos, especialmente para un niño.
No quiero olvidarme de resaltar que, si bien los ferrocarriles rusos son viejos, los aseos de los trenes de largo recorrido están extraordinariamente limpios, el servicio es excelente y muy amable. Y estoy prácticamente segura de que aunque sólo estuve en ese tren, puedo generalizar. De hecho Sergio me asegura que en todos es igual.
Con la nariz taponadísima y una cara de zombie que tumbaba de espaldas, llegué a Ulyanovsk. Tomamos un taxi (uno de verdad), y después de dejar las bolsas con el ordenador en manos de la compañera de Iliá, llegué, de esta guisa, a casa de mis suegros.
Hubiera preferido llegar despejada, sonriente, pletórica, y no moqueando como era el caso, pero esas cosas no pueden escogerse.
El abrazo en el que me fundí con mi suegra en la puerta de su casa me hizo comprender enseguida que mi resfriado y yo estábamos allí tan a salvo como lo estaríamos con mi propia madre.

28 de Julio de 2005

- Viaje alucinante por la administración rusa.

Al día siguiente yo tenía que ir a la oficina del Registro. Había entrado con una autorización de turista, pero la empresa que se encarga de arreglar este tipo de cosas, nos avisó por mail de que en cuanto llegara al punto de destino debía registrarme especificando que viviría en casa de la familia de mi marido, porque el “visado turístico” era solo para mi estancia en Moscú como “persona en tránsito”.
A pesar de los tratamientos con te, miel, emplastos de cera caliente en el pecho, granulado de propolis, etc que me suministró la madre de Sergio, amanecí hecha un asquito, y para colmo en la ciudad llovía a cántaros, hacía viento, y bastante frío. Pero el asunto del registro no podía esperar.
Así que me abrigué, y nos fuimos a coger un taxi (otro de verdad).
Ya el día antes, al recorrer Ulyanovsk, me sentí como transportada a los años setenta. Al llegar al registro esa sensación se acentuó, primero al ver los coches en el aparcamiento y la señora con el inevitable pañuelo, de pié en la entrada, vendiendo “piroshki” (una especie de pastas calientes que contienen carne o verduras y que en Rusia parecen ser tan populares como en España los bocatas) junto a su contenedor de hierro parecido a una estufa vieja pintada de blanco sucio donde colgaba un cartel con los precios escritos a mano en tinta negra, y luego....
Luego me encontré sumergida en la odisea administrativa más psicodélica por la que he pasado nunca.
Con el pasaporte, el visado, y la autorización, nos dirigimos confiados a la oficina de registro de extrangeros, un lugar tétrico y mal iluminado, con colas en todas las puertas, la mayoría repletas de desesperados ciudadanos de repúblicas ex-soviéticas que aprovechaban las vacaciones de verano para venir a ver a sus familiares, y una señorita que apuntaba a mano los nombres de los que iban llegando en una lista que apoyaba sobre el tablero que cubria un viejo radiador.
Esa misma señorita nos informó de que no bastaba con traer los documentos que ya llevábamos, si no que también era necesario lo siguiente:
-Una autorización firmada por toda la familia de Sergio en presencia del funcionario de empadronamiento del barrio certificando que todos estaban conformes en alojarme en su vivienda.
-Un papel de la policía criminal certificando que me habían tomado fotos de frente y de perfil y todas las huellas dactilares.
-Un papel firmado por el policía jefe a cargo del barrio de la familia de mi marido confirmando que había visto y dado su conformidad a los dos documentos anteriores.
Cuando Sergio me tradujo todo esto se me cayó el alma a los piés, porque resulta que si en tres días no has hecho todo esto (por su puesto la cosa cambia si vienes con un paquete turístico y te alojas en un hotel, pero yo era una visitante “privada”), eres un ilegal en Rusia, y resulta también que cualquier policía puede pedirte los documentos en cualquier lugar por el que pasees en pleno día, sólo porque le da la gana, o porque te oye hablar en un idioma extranjero, y que yo ya llevaba casi dos días allí, sin haber acudido antes a las oficinas por causa de mi terrible resfriado, y porque no abren todos los días, y cuando abren trabajan muy pocas horas....
Después de un rato de espera entramos en una oficina oscura, empapelada en tonos ocres (en Rusia toooodo está empapelado, y predominan las guirnaldas de florecitas), en la que una funcionaria que parecía haberse tragado el palo de una escoba recogió los documentos, escuchó, y recitó la retahila que ya sabíamos con el acento más serio que os podáis imaginar, con una cara de pócker digna de película de serie B, con un peinado empapadito en laca que la hacía parecerse extraordinariamente a la madre de la bruja Samantha (recordáis esa serie de los años 60?), gafas de concha negras y pendientes de media perla falsa. No estoy exagerando, lo prometo. Parecía la oficinista mala de un comic de la Marvel.
De allí pasamos al edificio contiguo, aún más tétrico que el anterior. Hay una foto en las imágenes, pero no hace justicia a la realidad. No se ven los desconchones en la pared, las puertas de distintos colores, las fotocopias que servían de carteles en cada oficina, ni la oscuridad reinante, porque para que veáis más o menos la foto, he tenido que retocar la luz con Photoshop.
Allí tenían que hacerme las fotos. Estaba cerrado, aunque dentro del despacho (lamentable, con algún agujero en la pared, sucio, mal iluminado...) unos funcionarios jovencísimos nos informaron de que además de lo que nos habían dicho ya, necesitábamos llevar una foto carnet. Bendije a mis padres que me han convertido en una maniática de la previsión. Por eso al salir de casa puse en mi cartera algunas fotografías que me sobraron del visado y el pasaporte, por si acaso...
Entregamos la foto y nos emplazaron a volver tres horas después. La oficina abría de nuevo de 15 a 17, y no podíamos andar con remilgos, porque al día siguiente era sábado, y estaba cerrado. Teniendo en cuenta que esta clase de oficinas tampoco abren los lunes, si no volvíamos mi situación se hacía harto complicada.
Así que regresamos después de comer, aprovechando el intervalo para que sus padres fueran a la oficina del distrito a firmar conforme me admitían de buen grado en su casa. Yo no estuve en esa oficina, pero tardaron casi tres horas. Por lo visto la policía se negaba a creer que en el registro nos habían enviado allí, se negaba a aceptar las firmas de mis suegros...Menos mal que mi marido es tan terco, menos mal!
Y al volver fue el acabóse. El fotógrafo se había largado, y nadie tenía ni la más ligera idea de cuando volvería. Estuvimos esperando las dos horas que se suponía que aquel despacho estaba operativo, y no esperamos solos. Un grupito de unos seis ex-soviéticos estaba con nosotros. Precisamente salió un funcionario a decir que después de nosotros, se cerraba el chiringuito. La gente se cabreó bastante (aunque fue un cabreo muy dentro de los límites de la educación por ambas partes), y después de un buen rato discutiendo con dos funcionarios, estos dijeron que atenderían a todo el grupo. Y a esperar. Me hiceron pasar a la tétrica y desvencijada habitación. La hubiera fotografiado, porque pensé que si me limitaba a contarlo nadie me creería, pero aunque Sergio me sugirió que le pidiera permiso al joven oficinista, desistí. Bastante tenían aquellos chavales como para ser avergonzados por una turista de trabajar en unas penosas condiciones de las que no eran culpables.
En este extraño lugar se repitió el fenómeno al que ya me estaba habituando. En cuanto Sergio pronunciaba la palabra “ispanska”, todos sonreían, inclinaban la cabeza, y me miraban como si fueran a adoptarme o algo así. El funcionario le dijo sin tapujos que si lo hubiera dicho antes, me hubieran hecho pasar la primera. Empezó a tomar mis datos, entre risas y comentarios amables, y aseguró que en el distrito era la primera extranjera que se registraba, aunque enseguida se rectificó diciendo que un año antes había ido un americano. Su compañero de mesa escribía entretanto los datos de un joven detenido sentado a nuestro lado, y fumaba, tirando la ceniza en una lata de cacahuetes.
Entonces me tomaron las huellas. Todos los dedos de las dos manos, los dos pulgares, la palma de las dos manos entera, hasta la muñeca. El chaval me iba untando de negro con un pequeño rodillo sin dejar de reírse; él mismo debía comprender lo absurdo de la situación, y me ayudaba a imprimir mis huellas sobre un papel en el que él mismo iba escribiendo algunos datos a mano.
Cuando terminó me dijo que podía ir a lavarme las manos. Problema. Habíamos visto en el pasillo un lavabo que ostentaba un letrero de cartón con el clásico “Ne rabotaet” (no funciona). El simpático chaval (por cierto extra-rubio, raya al lado, y con los ojos extra-azules, tal como está mandado y para completar el cuadro) nos dijo que entráramos de todos modos.
Y allá fuimos.
Cuando entré me quedé de piedra, y no sólo por el olor, que es algo que se puede encontrar, por desgracia, en algunos WC públicos españoles (aunque sinceramente, no en los edificios de la administración pública), sino por como estaba aquello. No tengo palabras, pero de eso si que tengo fotos. De eso y del lavabo de caballeros, que por lo visto si estaba... en uso...
Rebusqué en la mochila y las manos me las lavé con colonia y un kleenex en el pasillo.
Volvimos a la oficina siniestra, y el chaval rubio nos anunció contentísimo que el fotógrafo había vuelto. El alborozado grupo de ex-soviéticos y nosotros, todos a una y sonriendo, procedimos a seguir al funcionario camino de otro edificio, donde nos iban a fotografiar.
Nos hicieron pasar a una sala en la que anunciaron que sólo podían entrar aquellos a los que habían tomado las huellas, y mi marido, excepcionalmente, como mi traductor.
La “sala” no era más que el inicio de un ancho pasillo, del mismo estilo que todo lo demás, pero pintado de verde muy clarito. Allí había, en la pared, una gran placa blanca sobre la que destacaba un listón que marcaba los centímetros de altura. Allí me colocaron, primero mirando al fotógrafo de frente, luego de perfil. No pude evitar reírme mientras me fotografiaban. Todo aquello me parecía terriblemente irreal. Por cierto a los visitantes ex-soviéticos, lo de que les hicieran semejantes fotos, a juzgar por sus taciturnos rostros, no les hacía la menor gracia, y lo encontré muy lógico, y muy triste.
A destacar que el fotógrafo esgrimía una cámara digital de las más modernas que he visto en mi vida, y a destacar también que, por el contrario, en ningún despacho, ni por casualidad, vi un sólo ordenador.
El rubio oxigenado con hoyuelos en las mejillas nos dió un papel escrito a mano en el extremo inferior derecho del cual figuraban unas palabras escritas por él en diagonal, algo como “certifico que está registrada en el departamento de policía criminal” y su firma.
De allí, a otro despacho. Yo no sabía adónde íbamos, y me sorprendí al ver aquella oficina. Estaba limpita y ordenada, las dos mesas eran viejas, pero del mismo color, el papel de la pared parecía reciente, había un pequeño radio cassette, visillos en la ventana, y un samovar eléctrico. Le comenté a mi marido que quizás debería hacer una foto para hacer justicia, puesto que había tomado las otras tan horribles. Ahí Sergio me miró con cara de cachondeo y me dijo “Esto, cariño, es el despacho de la Jefa del Registro”
Sólo alcancé a parpadear. A fotografiar no me atreví porque ya se me había contagiado el temor a los uniformes. No puedo olvidar que en algún pasillo, cuando le dije a Sergio que en la administración a veces había que ser más exigente y protestar, me dijo quedamente “Cariño, no se puede protestar contra el Estado”.
En la sala siguiente había dos funcionarios compartiendo una mesa bajo una gran bandera rusa, y al fondo, una policía de galonado uniforme sentada en un enorme y viejo sillón giratorio.
Empezó a recitar los documentos que debíamos entregarle en un tono de mala leche considerable, pero cuando le alargamos todos los papeles y vió que era española, abrió mucho los ojos, pronunció la palabra mágica “ispanski??” y todo fueron sonrisas. Me interrogó, es decir, me preguntó incrédula si de verdad era española, si de verdad era la mujer de Sergio, si él en España vivía en mi casa, a lo que dije que por supuesto riendo, y acto seguido me preguntó que si es que no pensaba tener hijos con él. Respondí “pronto” en español, y por lo visto entendieron perfectamente porque todos asintieron y rieron satisfechos.
El proceso no había terminado.
Faltaba la firma del policía del barrio, un policía que según nos habían comentado los compañeros de cola, no estaba nunca, en ningún barrio...
Al bajar las escaleras Sergio meneaba la cabeza y murmuraba apesadumbrado: “Me había olvidado de cómo es vivir aquí”.
De repente recordé como le apremiaba hace dos años, cuando él estaba arreglando sus papeles para ir a España. Se me hizo un nudo en el estómago y le besé, allí, en las escaleras desgastadas, delante de las narices de un par de policías y un militar. Todo me daba igual. Ahora comprendía.
(Nota: Después de una noche y una mañana esperándole durante horas, el famoso policía del barrio no apareció. Según parece están tan mal pagados y el trabajo es tan chungo, que mucha gente ni siquiera acude, con lo que los responsables van de culo todo el tiempo. Sergio volvió al registro con mis papeles, lo explicó, y la seria pero correcta funcionaria del pelo inverosímil (que si tiene la oficina abierta en sábado) le creyó, y se quedó los papeles, incluyendo mi pasaporte y mi visado. Si Dios quiere mañana seré una visitante legal en viaje privado por Rusia).

Imágenes


Al capítulo dos del viaje


Moonsa alunizó el 1 de Agosto 2005 a las 07:16 PM | TrackBack
Comentarios

¡Moonsa, menuda odisea! ¿Tu regreso resulta que es un viaje? La verdad es que me está encantando leer sobre tu periplo ruso.
Un beso grande :)

Escrito por Ike Janacek a las 2 de Agosto 2005 a las 02:29 AM

Rusia nada menos!!!!
Qué envidia (sana) me das.

Besos y feliz regreso :)

Escrito por Monty a las 4 de Agosto 2005 a las 12:36 AM

oye... no paro de leer tus relatos de viaje, no paro, pero lo hago despacio, intenatando meterme en tu piel y la de sergio, es como si se mezclaran, indefectiblemente sensaciones exageradamente contrarias. Desde las imágenes, desde los comentarios de sergio, desde tus propias conclusiones y asombros. Y de pronto, la realidad pintanda, de un pais, que a muchos nos vendieron por TV, pero cuyas imégenes mediatizadas no cubren lo que tus relatos están diciendo...
Supongo que a medida que avance, y lea (lo hago desordenadamente, soy un desastre) no podré privarme de comentar...

Un beso a ti y un abrazo a Sergio, que el pobre debe andar con el alma estrujada...

Escrito por Gabriela a las 6 de Agosto 2005 a las 03:14 AM

Me parece muy curioso que por ser española todo sea amabilidad y buen trato. Creo que aquí, en España, la administración pondría mala cara, tanto a los extranjeros que vienen a arreglar sus papeles, como a los propios españoles...

Escrito por Marta a las 18 de Agosto 2005 a las 10:43 AM
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