25 de julio de 2005
Paz y aceptación entre nubes.
Llenita de valeriana, flores de bach, incluso un tranquilizante, subi al avión de Aeroflot con destino Moscú.
No era ni mucho menos la primera vez que iba en avión, pero la salida me dejó clavada en el asiento. Después de descubrir que en los aviones de Aeroflot los gordos no podemos usar las bandejas, y apenas abrocharnos el cinturón, note que los despegues con estos aparatos son algo bruscos, así que, con el corazón en la boca no se si por el miedo o la apretadísima sujección en mi cintura, me encontré en el aire, viendo como la costa barcelonesa empequeñecía a velocidades de vértigo, vigilada de cerquita por mi solícito marido.
Tras el numerito habitual del salvavidas, enseguida ofrecieron vino, agua y refrescos. Escogí agua, asustadísima como estaba, pero al ratito opté por pedir un vasito de vino blanco, qué caramba, y lo acompañé con la bolsita de cacahuetes con la que nos obsequiaron..
Entre las idas y venidas de las azafatas con el carrito y los periódicos, cuando me quise dar cuenta había pasado una hora. Estaba tranquila y ya quedaba menos, así que me relajé considerablemente.
Hubo algunas turbulencias, y nos pidieron que nos abrocháramos de nuevo el cinturón y nos quedáramos quietecitos en nuestros asientos. Todo esto en ruso, y luego en un inglés tan extraño que aunque parezca mentira, era la parte en ruso la que entendía mejor.
Las turbulencias son algo así como andar por una pista forestal llena de socavones con un coche que tiene mal el sistema de amortiguación. La única diferencia es que uno sabe que está en el aire, y francamente acojona un poco. Pero mucho menos de lo que creía antes de salir.
Nos quedamos dormidos intentando leer (víctimas de los dos últimos días de nervios, preparativos, despedidas y escasísimas horas de sueño) y cuando nos despertamos nos trajeron las bandejas de comida. Para ser comida de avión no estaba mal, el caso es que como antes de salir ignorábamos si iban a darnos algo, nos habíamos puesto ciegos de bocadillos en el aeropuerto, y yo ni siquiera pude terminar el segundo plato. El inevitable te nos sentó, ni que decir tiene, de maravilla.
La ultima hora de vuelo fue una auténtica gozada. Nos dedicamos a ver las nubes (yo habia pedido asiento de ventanilla al comprar el billete) y a fotografiarlas, y aquí dejo algunas muestras, aunque la sensacion incomparable de tenerlas tan cerca, debajo, al lado, envolviéndonos, apenas si puede captarse en una foto.
Cuando empezamos a bajar gocé de una alucinante immersión en una especie de mundo de algodón blanco, y así entre algodones me encontré casi de repente con que estábamos aterrizando en Sheremetyevo.
hummm que ganas me dan de viajar al otro lado del planeta! que ganas!
Escrito por Gabriela a las 3 de Agosto 2005 a las 08:15 AMpor cosas de trabajo, tengo que lidiar con los "servicios técnicos" de los mails rusos y cierto, son algo, ejem...
Pero el comienzo de tu viaje a Rusia tiene muy buena pinta, a pesar de las turbulencias. No veas la envidia que me das por haber ido al frío.
besos
Escrito por Marta a las 18 de Agosto 2005 a las 10:25 AM