Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

beso.jpg

Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

beso.jpg

Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

Moonsa alunizó a las 12:54 AM Permalink
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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

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Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

beso.jpg

Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

Moonsa alunizó a las 5:32 AM Permalink
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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

beso.jpg

Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

Moonsa alunizó a las 12:54 AM Permalink
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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

beso.jpg

Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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Martes, 15 de Febrero de 2005

Tinta sobre tiempo VIII

amanecer1_w.jpg

Viene del Capítulo VII
(NOTA: Ahora si están todos los capítulos enlazados ;) )

Silencio, gorjeos y trinos, brisa entre los árboles. Se levantó sin echar ni una mirada al reloj. Todo el mundo parecía dormir, pero de la cocina subía un delicioso aroma de café. Marita, probablemente. Bajó sin hacer ruido. La cocina estaba vacía, aunque había café recién hecho. La encontró delante del ordenador, recostada en el respaldo de la silla, con las manos lánguidamente apoyadas sobre el teclado, como un pianista que no sabe que pieza tocar, mirando la pantalla con cierta expresión de escepticismo en el semblante, y la cabeza un poco inclinada. Cuando Javi entró, ella no se movió.
- ¿Marita?
- Buenos días Javier – le respondió sin volver la cabeza – ¿Has tomado café?
- Aún no
Marita se levantó con una sonrisa y se fue a la cocina para prepararle algo de desayuno, seguida por el abrumado huésped que no deseaba darle un trabajo extra a la que en realidad estaba en la casa para cuidar de los niños.
- Quita quita que no me cuesta nada. ¡Para leer las gilipolleces que me estaba diciendo el tío del chat – soltó una contagiosa carcajada – mejor te hago unas tostadas!
- ¿Qué te decía?
- ¡Uuuuf! Es que verás, cuando ya llevas tiempo con esto, de lejos los ves venir. Cuando enseguida se ponen tan melosos, después de tener la extraordinaria originalidad de preguntarte si eres una chica, qué edad tienes y de dónde eres...bueno yo me los suelo tomar a risa, si no tengo nada mejor que hacer. Si estoy hablando con gente más interesante me los quito de encima. – y le guiñó un ojo a Javier.
Él sonrió al imaginar cómo “se quitaría de encima” aquella avispada adolescente a los pelmazos que pretendieran importunarla parapetados detrás de sus pantallas.
- A mi es que nunca me ha dado por chatear, no te negaré que siento algo de curiosidad, pero a la que me siento en un ordenador que esté conectado a la red me pongo a buscar cosas que me interesan... y me pierdo navegando.
- Pones “casas abandonadas” en el Google le das al intro y lo menos te metes en todos los enlaces, que tu eres capaz – Marita se reía de buena gana y sin ninguna malicia mientras le hablaba.
- Tu ríete, pero casi casi. Bueno busco toda clase de cosas. – la miró como pidiendo disculpas, y el mismo se echó a reir. Ella le acompañó con aquellas carcajadas ligeras que llenaban de buen humor el aire.
- ¿Y no te interesan las leyendas? Quiero decir, que seguro que navegando navegando, das con ruinas de castillos, o casas en las que mataron a alguien, ya sabes, cuentos de vieja, pero que una siempre se queda con la duda de si algo hubo...
- Encuentro cosas a veces, no hace mucho di con una página estupenda que hablaba de todos los seres mágicos que se supone que habitan en los bosques de nuestro país. Es pintoresco, incluso te diría que es bonito. Pero nunca me pondría a investigar sobre el asunto. A mi dame caminos, y muros, cobertizos caídos y señales viejas, y ahí si te reconstruiré como vivía la gente que por allí pasó , como eran los caminos antiguos que ya no se usan, lo mejor que pueda. Pero las brujas y los duendes, bueno, digamos que yo no me lo creo – sonrió divertido mirando a Marita.
- Pues yo...mira no lo se. Algo tiene que haber. Seguro que lo que cuentan, lo exageran, pero todo no puede ser mentira.
- Respeto tu opinión, pero yo no me lo creo – repitió sonriendo.
- ¡Vale vale! Pues créete estas tostadas y este café que yo me vuelvo con el gilipollas. ¡Tu a tus mapas, científico!
Y dejando delante de él una bandeja con el desayuno preparado, volvió al estudio.
Javi se bebió el café deprisa, y salió de la cocina con una tostada en la mano. Aún era muy pronto y quería aprovechar las horas en las que el sol estuviera bajo. Además tenía que reconocer que no deseaba encontrarse con Conchi, al menos no todavía. Cogió sus herramientas y se puso en camino.
La quietud a su alrededor era impresionante, aún se oían trinos lejanos, pero miraba las montañas que le rodeaban y le daba la sensación de que podía sentir un espeso silencio penetrando en su piel. La Madre Naturaleza se imponía en su inmensidad, preñada de sonidos tenues e indistinguibles, que cuando el oído asimilaba como parte integrante del paisaje de aquella despejada mañana, dejaban de escucharse. Era una soledad majestuosa. Ya subiría el sol y el aire se llenaría de los perfumes de las flores estivales sacudiéndose el rocío, y de los sonidos que devolverían la vida a aquel apartado lugar cuando personas y animales decidieran empezar su jornada. Aún no era la hora, y las montañas oscuras parecían amonestarle calladamente por haber invadido aquella paz antes de tiempo.
Siguió su camino lentamente, como si intentara seguir el ritmo que su entorno le marcaba, hasta llegar al último trecho desbrozado de la senda que él mismo estaba creando entre las frondas. Podía ver la silueta de la casa, cubierta de hiedra y de pequeñas plantas silvestres que crecían entre las piedras de sus muros, recortarse entre los árboles. Vista así parecía un puzzle sin terminar, pero se dio cuenta de que en realidad ya no estaba lejos del perímetro marcado por las piedras que aún quedaban en pie del muro bajo que marcaba lo que debía haber sido un huerto o un jardín. Sin embargo por lo que podía atisbar desde allí, parecía que no había ninguna puerta en la zona desde la que el intentaba acceder a la casa. Aparto algunas ramas con cuidado para intentar calcular mejor las distancias. Definitivamente lo más factible era llegar a las piedras; desde esas ruinas que asomaban de manera intermitente alrededor de la enorme masía sería más fácil limpiar el terreno y su objetivo sería más visible. Entonces daría con alguna abertura practicable en la pared.
Animado por la proximidad del objeto de su obsesión, se aplicó a cortar ramas y hojas, penetrando tenazmente en la espesura, hasta que el sol empezó a calentar demasiado.
Cuando el cansancio y el calor le obligaron a parar se dio cuenta sorprendido de que había alcanzado un punto que quedaba alineado con unos restos del pequeño muro a su derecha.
La casa ya podía verse muy bien, y por su estructura era fácilmente deducible que hallaría la puerta de las cuadras a la izquierda, y la puerta principal probablemente en el lado opuesto al que se encontraba. Eso significaba que el acceso original a la vivienda venía de algún otro antiguo camino que aún estaba por descubrir. Miró hacia el sol protegiéndose los ojos con la mano y torciendo el gesto. Tendría que continuar por la tarde o a la mañana siguiente.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, volvió sobre sus pasos sin mirar atrás, con la espalda tensa, y las manos aferradas a las correas de la mochila. Cuando llegara el descubrimiento quería paladearlo con calma.

(Continuará...)

Imagen: Chinese Tea
Escuchando: El pitido todavía, que resulta que tengo otitis.. (grrrrr)

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Martes, 30 de Noviembre de 2004

Ni que me maten

sombra.jpg

Aparcó el coche en el callejón, como casi todos los días y caminó unos metros hasta la verja cerrada.
Allí se detuvo, mirando como embobada las luces que provenían de la calle que veía entre las rejas. Tenía que comprar algo en Schlecker, y llevaba tres días intentado acordarse de aquello.
Se quedó parada, pensando, escaneando mentalmente el interior de su cuarto de baño y de su cocina, los lugares donde era más probable que necesitara algún artículo de Schlecker. Nada. ¡Ah! Había olvidado el lavadero. “Lejía tengo, suavizante, también, jabón líquido también, en polvo ....”.
¿Qué podía ser lo suficientemente importante como para haber pensado hacía tres días que tenía que ir a comprarlo, y lo bastante prescindible como para que después de tres días no lo recordara ni notara su falta?
Se sentía sumamente irritada con este fallo de su memoria, normalmente más que eficaz.
“Es que no me acuerdo ni que me maten” masculló molesta poniendo las llaves en la cerradura de la verja.
- Quieta
La voz, fría y oscurecida probablemente por algún embozo, procedía de su espalda, mientras que algo helado y duro se encajaba en sus costillas haciéndole sentir una oleada de miedo y ganas de vomitar.
Se quedó parada, como congelada.
- ¿Qué quieres? No tengo dinero...- balbuceó torpemente mientras su cabeza buscaba una escapatoria a aquella situación.
La voz no volvió a hablar, pero una mano la agarró por el brazo izquierdo y la llevó hacia atrás mientras aquella cosa helada y dura se hundía más en su jersey y en su carne. Movió un poco el cuello que se le había quedado agarrotado, intentando obligarse a vencer el miedo y a pensar con claridad.
- ¡Quieta! – esta vez el tono era más imperioso y los dedos desconocidos se hundieron en la carne de su brazo como garras.
- Ni se te ocurra volverte – siguió la voz. Y la fuerte mano que la atenazaba la llevó con cuidado hasta la pared del fondo del callejón, y allí la acercó hasta que su nariz quedó rozando los ladrillos de aquella fábrica desmantelada.
- ¿Qué....quieres? – musitó ella, intentando aparentar seguridad.
- Que me lo digas – la voz del desconocido era dura y categórica.
- ¿El qué? – el desconcierto la embargó y de repente se le ocurrió pensar que aquello era un terrible error, que aquel desconocido la confundía con alguien.
- Lo que tienes que comprar en el Schlecker – la voz del hombre sonó entre dientes, y se le clavó en la espalda como un puñal, en tanto que el cañón de lo que ahora ya reconocía como una pistola se movía en una desagradable caricia arriba y abajo de su costado.
Cerró los ojos confiando en que al abrirlos se despertaría de una pesadilla alucinante, pero no sirvió de nada.
Al abrirlos seguía firmemente sujeta contra la pared de rojos ladrillos, su foulard había caído al suelo y podía verlo de refilón entre sus pies. Y las caricias en el costado habían cesado para volver a la presión constante y decidida sobre las costillas. El desconocido le estaba hablando:
- No tienes mucho tiempo. Si no me lo dices voy a matarte.
Sintió que su rostro enrojecía y una náusea profunda viajaba desde su estómago hasta su cabeza haciendo que casi perdiera el equilibrio.
“Esto es una broma, es absurdo, no estoy aquí, no puede ser...” sus pensamientos eran caóticos.
- No lo recuerdo...- se oyó musitar a si misma como si fuera otra persona quien hablara por ella.
- Hazlo, recuerda. Y rápido, o te mato – la voz de él era profunda y sonaba como en un tremendo stacatto que se le metía dolorosamente en el cerebro a cada sílaba. Empezó a sudar. ¿Qué demonios estaba pasando?. Y a la vez, casi sin darse cuenta, empezó a buscar otra vez entre sus recuerdos cual era la maldita cosa que tenía que comprar. Pero no la encontraba.
- Diez...
- ¡No puedo recordarlo! – gritó completamente histérica
- Hazlo – y el cañón de la pistola se hundió entre sus costillas hasta hacerla chillar.
- ¡Socorro!- aulló entonces pensando que la gente de los balcones cercanos tenía que oírla. Pero no hubo ninguna reacción, salvo una especie de risita suspirada que provenía del desconocido, apenas audible bajo lo que fuera que le tapaba la boca.
- Nueve...
- ¡Suéltame! ¿Estás loco? ¡SOCORRO!
Ella gritaba a todo pulmón, viendo que él no se lo impedía. Llegó un momento en que no sabía ni lo que estaba gritando, sólo intentaba llamar la atención de alguien y tapar aquel sonido tan desagradable que desgranaba inexorablemente la cuenta atrás.
- Cero.
- NOOOOOOOOOOOOOOO!
Se oyó un ruido seco y sordo.
El hombre la depositó en el suelo con cuidado y se quedó mirándola largamente.
- Idiota...- musitó.
La sangre empapaba el costado de la mujer y sus ojos desconcertados miraban sin ver el pedazo de cielo que se recortaba en lo alto del callejón.
- Debí hacerle caso esta vez ...– musitó el hombre compungido. Y desapareció.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Escuchando: "Winter wine" Caravan ("In the land of grey and pink")


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Viernes, 1 de Octubre de 2004

Tinta sobre tiempo VII

beso.jpg

Viene del Capítulo VI

Después de comer volvió a casa paseando. Se sentía un poco pesado, porque el menú incluía unos canelones más que sustanciosos y una abundante ración de ternera con setas, regado todo con un vino tinto de la casa nada despreciable. El requesón casero con miel y el café con licor le remataron completamente.
Andaba sumido en una especie de agradable sopor, viendo el sol filtrarse por entre los chopos y las encinas, jugueteando con el polvo de ese modo tan característico que lleva inevitablemente a la ensoñación.
Esta tarde iba a dedicarla a la casa, ni siquiera volvería al pozo. Se daría una ducha y luego armado con azada y las enormes tijeras de podar de las que se había provisto a su llegada, seguiría abriendo el camino entre la indomable vegetación.
Así lo pensaba, al menos, pero cuando llegó la caminata no le había despejado tanto como esperaba, así que perezoso y condescendiente consigo mismo, se permitió tumbarse en el sofá.
Le despertó Conchi con un susurro, diciéndole que iba a salir por la noche, pero que no se preocupara porque la canguro, Marita, ya estaba allí y se haría cargo de los niños.
Una vez dado el mensaje estrictamente necesario, Conchi desapareció quedamente escaleras arriba.
Javier se lavó la cara y cogiendo todo lo necesario para dibujar algunos planos, lo dispuso ordenadamente sobre la gran mesa de la galería, y se sentó frente al ventanal para empezar a trabajar.
Dibujó un mapa general en el que se veia el pueblo, el puente sobre el riachuelo, la casa de Conchi, y en el camino que seguia adelante adentrándose en el monte, el sendero que habia empezado a abrir él mismo, así como el pequeño desvío que conducía al pozo.
Los críos, cansados de jugar al sol, se asomaron curiosos para ver lo que estaba haciendo, y empezaron a hacerle preguntas.
-¿Y es una casa muy grande? – preguntaba Marc con los ojos muy abiertos
-¿Pero de quien es, de mamá? – le decia Raquel empinándose sobre las puntas de los pies para inclinar la cabeza sobre su hombro y contemplar el papel.
-No se como es de grande todavía, porque aun tengo que abrir mucho camino para llegar. Y no es de nadie Raquel, esta abandonada desde hace muuuucho tiempo.
-Habra fantasmas, seguro – anunció Marc con cara de saber muy bien de lo que estaba hablando.
Raquel ahogó un gritito y hundió rabiosa su pequeño puño en el costado de su hermano.
-Y ratas – sentenció Marc, para mayor diversión de Javier y mayor terror de la pequeña.
Marita apareció llevando una enorme fuente de gazpacho para invitarles a todos a ir a cenar a la cocina “ya que la mesa es ahora el estudio de los mapas” dijo riendo, y desapareció por el pasillo en sombras seguida por los alborozados críos.
Javier recogió sus papeles con cierta desgana, y se fue a la cocina con los demás.
Marita era una chica de diecisiete años, gordita y pecosa, dotada de una inmensa paciencia y un sentido del humor igualmente inagotable.
Había tenido un par de novios, pero no le convencieron lo suficiente, y tal como le estaba contando a Javier, ahora intentaba conocer a gente nueva a través del chat.
-Yo no tengo internet en casa, pero cuando vengo aquí Conchi me deja utilizar el PC, y si sale por la noche, cuando los niños estan dormidos...
Le guiñó un ojo y luego miró a los pequeños gesticulando con el dedo sobre los labios de un modo exagerado, para indicarles que aquello era un secreto.
-Y has conocido a algún chaval interesante?
Sorbiendo una cucharada de delicioso gazpacho en el que flotaban trozos de verduras de la huerta, ella le contestó muy seria:
-No se puede decir todavía Javier, por Internet todo no es lo que parece, y hay que tener cuidado. De momento estoy conociendo gente, chicos y chicas, charlando, no tengo prisa. Para cazar a otro descerebrado como los que ya tuve no hace falta conectarse a Internet, le das una patada a una piedra y salen diez- Marita se reía de un modo muy contagioso mientras le contaba esto- y para encontrar una perla, hay que buscar, con cuidadito, sin prisa, pero sin pausa, ¿entiendes?
Desde luego la entendía, y además le encantaba la manera de contarlo que tenía la canguro, con esa pizca de acento de Algeciras que aun conservaba de su niñez y de su familia, y moviendo los ojos pequeños y verdes como un gato que persiguiera sin cesar con la vista el vuelo de un insecto minúsculo.
Después de la cena los niños se instalaron ante el televisor, y en el mismo sofá se quedaron dormidos.
Ayudó a Marita a llevarlos a la cama y acostarles, y la dejó a ella en el estudio de Conchi, absorta ante el PC.
Entonces decidió salir, a pesar de la oscuridad, de lo intempestivo de la hora, no pudo resistirse por más tiempo al deseo de acercarse a su misterio, así que cogió la linterna, y se fue camino adelante, con intención de acercarse al pozo.
Sin tener ningún motivo lógico para hacerlo, se desvió por el senderillo del pozo con la linterna apagada, sigiloso como un duende, intentando evitar en lo posible cualquier ruido que le delatara...ante las sombras de la noche.
Oyó un tenue chapoteo, un murmullo de origen probablemente animal, y cuando llegó al pozo se encontró cara a cara con un hermoso ejemplar de felino, de pelaje largo y rojo y ojos de color de ámbar, que le observaba en la oscuridad con tal expresión que recordaba al mismísimo gato de Cheesire.
Se observaron un instante, decidiendo a quien de ambos pertencía el territorio, mientras detrás del pozo se escuchaba un crujir de arbustos y un rumor de pasos que indicaban a las claras la presencia de otra persona.
El animal salió disparado en pos del ruido, y Javier intentó salir detrás, pero en su precipitación tropezó con el tocón cortado de un árbol, y cayó cuan largo era sobre un incómodo lecho de matorrales espinosos.
Enfadado por su propia estupidez, y ya con la linterna encendida, enfocó el haz de luz hacia todos los rincones sabedor de que ya nada iba a encontrar.
Se había golpeado con fuerza la rodilla y estropeado las palmas de las manos, que le escocían, llenas de raspaduras y de granitos de tierra húmeda.
Decepcionado volvió sobre sus pasos hasta llegar a una roca grande que señalaba la proximidad de la casa de Conchi. Allí se sentó, mirando la fachada de piedra iluminada por el farol de la entrada, observando a las hormigas voladoras arremolinarse bajo el haz de luz azulada, escuchando la melodía ronca de las ranas en el pequeño embalse artificial que había tras la masía.
De repente se sintió incómodo, consciente de un modo extraño de estar perdiendo el tiempo, de estar evitando sus problemas reales persiguiendo leyendas como un chiquillo. Recordó a su ex, pensó sólo un instante en que tendría que volver tarde o temprano a la realidad, en que se le terminaria el dinero, en que quizas, como solía decir su madre, se estaba comportando como un inmaduro otra vez.
Seguía mirando el haz de luz del farol repleto de hormigas hipnotizado, cuando escuchó el motor del coche de Conchi, y enseguida el rugir de otro motor, mucho más potente, probablemente el de una ranchera grande.
Se agazapó insconscientemente en la oscuridad para no ser visto. Conchi bajó de su automóvil, y una mujer más alta, de cabello rubio clarísimo, seguramente teñido, bajó de la ranchera.
Las dos mujeres se abrazaron bajo el farol, y acto seguido la más alta besó a Conchi largamente en los labios, y se marchó sin decir nada.
Javier vió sorprendido como Conchi se quedaba plantada en la puerta, con las piernas separadas, los brazos caídos al lado del cuerpo, y una tristeza inmensa reflejada en el rostro que se veía intensamente iluminado por los faros de la ranchera que daba la vuelta para marcharse.
Sobrecogido por la escena que no debía haber presenciado, esperó a que ella entrara en casa, y luego se encaminó hacia el portal, cuya luz acababa de apagarse como si alguien hubiera corrido un imaginario telón.
La encontró en la cocina, sentada muy rígida frente a un vaso de leche helada que sostenía entre las manos con fuerza. Las lágrimas empapaban sus mejillas y la expresión de sus ojos al mirarle era, sorprendentemente, la de una niña asustada.
-¿Conchi puedo hacer algo? ¿Quieres que nos tomemos un te? O si quieres...
No pudo seguir, un sollozo ahogado le interrumpió y ella salió disparada escaleras arriba, dejando que el vaso derramara su contenido sobre la mesa y en el suelo, para regocijo de un gatito goloso que surgió de la oscuridad y se puso a lamer el charco complacido.
Javier cogió unas galletas y mordisqueándolas ensimismado se fue a su habitación.
Marita debía estar durmiendo porque no se veía ninguna luz encendida.
No entendía nada, salvo que al parecer la estatua de sal, después de todo, tenía un corazón.

Imagen: Archivo (retocada por Moonsa)
Nota: Pido disculpas a los que seguíais atentos esta historia por haber tardado tanto en retomarla. A partir de ahora espero poder poner los capítulos con más frecuencia. Besos a todos :***

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Viernes, 17 de Septiembre de 2004

The show must go on...

chicago_w.jpg

Y nunca mejor dicho.
Después de más de seis meses de sudores y sufrimientos, trabajando siempre contrareloj, con serias dificultades para poder ensayar todos juntos, aunque se logró (todavía me pregunto como) que en general la diversión y el buen humor acabaran siempre reinando por encima de todo...vino el día D, y ríanse del desembarco de Normandia.
Dejando a un lado defectos y nerviosismos lógicos, dejando al lado el carísimo pago de una primera experiencia de esta envergadura, surgieron como de la nada unos profesionales, recién nacidos para la ocasión, que afrontaron las "circunstancias" con mucha más entereza de la que nadie hubiera podido esperar.
Las circunstancias fueron los técnicos de sonido (contratados por los patrocinadores municipales) que alegando un exceso de trabajo, jamás vinieron a hacer un ensayo general...de un espectáculo de 22 números musicales, con 10 actores adultos y cuatro ninyos, y cuyo equipo electrónico estaba en unas condiciones...digamos que muy tristes.
Micros inalámbricos que no sonaban, pilas que morían en escena dejando a los cantantes literalmente en "bragas" y provocando el pánico general.
Pero el show continuó, hasta el final, improvisando sobre la marcha, llenos de miedo pero tenaces, dejándonos la piel sobre las tablas del teatro.
¿Suena muy dramático? Es que lo fue. Y aún así, gustó.
Claro que hubo críticas (las hubiera habido aunque nos hubieran venido a sonorizar los técnicos del Liceo...) pero gustó.
Han sido siete meses largos de aprendizaje para todos, coronados con un éxito lleno de trompicones e inesperadas trampas.
La madre del invento, o sea la menda, ha aprendido muchísimo de los errores, de los aciertos, de los imprevistos e incluso de sí misma.
Eso si, estoy agotada :)
Pero the show must go on, y el año que viene, más.
Gracias desde aquí a todos los actores-cantantes, a todos los colaboradores desinteresados que prestaron vestuario, manos y energías, al entregado público que al ver los fallos de sonido se volcó con nosotros, gracias por los sueños imposibles que no lo son tanto como parecen a primera vista, gracias por la ilusión.

Imagen: Moonsa (de un ensayo en el teatro)
Escuchando: el silencio, por fin, dentro de mi cabeza
Nota: Lo escribi ayer de madrugada, lo postee esta tarde porque el servidor no iba, y ahora por alguna extraña razón, solo está en archivo, y no puedo editarlo, porque no existe :S. No se que pasa con Zonalibre :S

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Jueves, 5 de Agosto de 2004

Tinta sobre tiempo VI

FOTOTECA-AVELLANA.jpg

Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase “que eres pixapins...”.- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado –dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el “avi” está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí –puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias – respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.

Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...

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Lunes, 12 de Julio de 2004

Tinta sobre tiempo V

barscenebooth_w.jpg (Viene de mi antiguo blog en Blogia que no tiene permalinks, pero en esa página están los capítulos 4, 3, 2 y 1)
Iba andando campo a través, con una vela en la mano, protegiéndola con la otra del fuerte viento que soplaba, tragándose las lágrimas. Pasó como una ráfaga, le apagó la vela, cayó al suelo y la miró desde un charco de barro. Sus dientes eran como los de una piraña. Sus ojos estaban surcados de venillas que parecían hilos de azafrán. Le miró pensativa y empezó a balancearse, tarareando algo con la boca cerrada. El se hundía en el barro sin dejar de mirarla. Tronaba, y llovía desde un cielo sin nubes con una claridad diurna incomprensible, porque era de madrugada cuando ella salió. Cayó un rayo en el camino, muy cerca de sus pies. Enric nunca terminaba de hundirse en el barro, que ahora era tan negro que parecía alquitrán caliente y lleno de burbujas que estallaban bajo la lluvia. La dominó el pánico, hasta el extremo de no poder andar. No recordaba por dónde había venido; el camino ya no existía. Quiso gritar, pero la voz no acudía a desatar el nudo de su garganta. Fue entonces cuando se dio cuenta de que soñaba. Deseaba gritar de verdad, quería despertarse, pero parecía imposible volver de ese territorio de pesadilla. Se debatió entre las sábanas, balbuceó como un bebé, y finalmente consiguió abandonar aquel mundo de tormenta y de cieno que la aterraba, sudando, y con la respiración agitada.
En su habitación Javier leía a Cortázar, esperando que el sueño llegara. Pero no llegó.
La mañana le sorprendió con sus primeras luces y sus primeros pájaros, sumergido en las páginas del libro, desertor del descanso definitivamente.
Desayunó sólo, nadie se había despertado aún, y dejando una nota se fue al pueblo andando. Había unos tres kilómetros de camino, pero no le importaba; lo que no le apetecía nada era ir en coche, además pensó que con el paseo conseguiría sacarse de encima esa sensación pesada que se sube a la espalda y pesa en el estómago cuando uno no ha dormido pero sigue sin tener sueño.
Se metió en un bar mal iluminado, donde la poca clientela estaba enteramente constituida por payeses de edad algo más que madura, con el rostro curtido por el sol, que se tomaban un café con un “raig”(1) para empezar el día. Todo el mundo le devolvió su educado “buenos días” y siguieron con sus carajillos(2) y sus comentarios cotidianos. EL dueño del bar llevaba un caliqueño(3) a medio encender entre los dientes, y leía el periódico plantado delante de la máquina de café, un viejo dinosaurio plateado y granate que milagrosamente seguía haciendo los expresos con una rica crema que manchaba el borde de los vasos y luego el de los labios.
Pidió un cortado con la leche natural, y sintió en sus ojos alguna que otra mirada perdida que parecía murmurar en la penumbra “joven de ciudad...” y dejar repiquetear después una risita, y otros ruiditos, como si usaran el eterno palillo para percutir entre sus dientes, reprobadores.
Dio las gracias, y el jefe le ofreció un croissant, que aceptó.
"Cómaselo hombre que es recién hecho de Cal Ricart, y está calentito y crujiente. Que en Cal Ricart los bisabuelos ya eran panaderos, y no hay nadie en el pueblo que haga las pastas como ellos, son un poquito caros, pero merece la pena "-ahí le guiñaba un ojo, cómplice de la compra de las preciadas golosinas-
Y Javier que lo empieza a comer por las puntas, con cuidado, sintiéndose observado.
“Eh! Que me dice? A ver si no es lo mejor que ha probado usted en pastelería?” y guiña el ojo otra vez, sonriente y orgulloso como si el croissant lo hubiera hecho el con sus propias manos.
Javier se dio cuenta de que tenía que aprovechar la ocasión antes de que todos perdieran el interés.
-Oiga jefe, mire es que yo soy de Barcelona
-Ya se le ve- interrumpió el dueño socarrón, y en el aire quedó flotando la frase “que es un pixapins(4)...”
-Pues verá, es que tengo unos amigos que me dijeron, que si venía aquí, que a ver si encontraba una casa donde creen que vivieron sus antepasados. Es que en los mapas no doy con ella.
-Ya la habrán derruido.
-Bueno yo he encontrado una en el sitio donde ellos me dicen, más o menos, pero está abandonada, y muy escondida entre las zarzas, es imposible acercarse.
-¿Cómo se llaman sus amigos de apellido?
-Sallés-improvisó Javier, conteniendo una carcajada. Se dio cuenta que estaba comportándose algo así como Hercules Poirot en una de las novelas de Agatha Christie que devoró en su adolescencia, y eso le hizo mucha gracia. Tanto más cuanto el no era un héroe de ficción, sino un idiota real que para huir de sus obsesiones existenciales se metía de cabeza en otras obsesiones, absurdas y de destino incierto.
-Sallés...-dudó un poco y se dirigió al grupo de payeses que apuraban sus vasitos- El que se casó con la niña de los Ferrer, que era carnicero, y se fue a Olot a trabajar, no era Sallés?
-Si – respondió el más viejo del grupo- la chica era muy pretendida, varios chavales de aquí se quedaron bien chasqueados con la boda, porque el era de Barcelona, sus padres venían aquí a veranear y al final el puso la tienda. Y cuando mejor le iba se fue a Olot a poner una mas grande. Una oportunidad, dijo. Esta gente joven...
Javier se preparó para oír una de esas historias de pueblo que incluyen árboles genealógicos enteros de parientes que se entrecruzan. Pidió otro cortado y se puso a escuchar al payés con atención.
El buen hombre hizo efectivamente una enumeración de conocidos y familiares hasta que tuvo ubicados a todos los posibles Sallés de la villa. Y al final le dijo:
-¿Pero donde ha encontrado la casa usted?
Él explicó la situación de casa de Conchi, dio el nombre de ella (“Ah si, la que tiene los dos niños, que se separó del marido, en buena hora, porque menudo desastre, y la mala vida que le daba, una mujer tan guapa y trabajadora...”)
-Pues allí que yo sepa no hay ninguna casa- aseveró el payés mirándole de arriba abajo, diciéndole claramente con cada milímetro de su cuerpo, que si el no sabía de alguna casa en ese lugar, es que no la había, y punto.
Un chaval alto y desgarbado, moreno y curtido como los otros, pero manifiestamente más joven, salió de un hueco oscuro que había al lado del monstruo del café.
-Mateu ya está arreglado. Era un desagüe que se había embozado, estas cosas las tenéis que mirar más a menudo, hombre. Papá – le dijo al payés(5) que estaba plantado delante de Javi-este señor lo que tendría que hacer es ir a hablar con Pepet. Si alguien sabe todas las casas que hay y ha habido en este pueblo, es el Pepet.
El padre le hubiera dado con gusto a su vástago una colleja, por llevarle la contraria, pero se contuvo.
-¿Y quién es este Pepet? –inquirió Javier, buscando un clavo donde agarrarse.
-El abuelo de Cal Pepet – contestó el chico.
Javier se estaba impacientando. Aquellas informaciones que para todos ellos eran tan cotidianas como el carajillo de las 8 o la misa de las 12, para él eran completamente crípticas y carentes de sentido. Todos los presentes le ofrecían “información” como si no se dieran cuenta de que él era un forastero.
El dueño del bar, que sin duda por su profesión era el que más bregado estaba en el trato con la poca gente de fuera que pasaba por el pueblo, le aclaró amablemente donde estaba Cal Pepet, y le explicó que el tal Pepet era un anciano nonagenario que aún trabajaba en el campo, previniéndole con otro de sus guiños contra la verborrea del viejecito, y las múltiples batallitas que se acabaría escuchando si le iba a preguntar por la casa en cuestión.
-Gracias, me arriesgaré.
-Son muy amables, ya lo verá. Vive con sus sobrinos, un matrimonio muy educado, gente de bien. Son los dueños de la piscina del pueblo. Ya verá como enseguida le harán pasar y le invitarán a café. Tómeselo con calma.- le sonrió el dueño
Javier le devolvió la sonrisa, y dándoles las gracias a todos, que le despidieron ruidosamente, salió del bar.
Continúa en el Capítulo VI

(Notas: 1.- Chorro de licor en el café 2.- Café con chorro de licor 3.- Tipo de puro 4.- Literalmente "meapinos". Se les llama así en los pueblos a los turistas de la capital que van allí a pasar el verano y los fines de semana, o a los domingueros 5.- Campesino catalán.)

Imagen: "Bar scene" Franklin Booth
Escuchando: Bebe - "Pa'fuera telarañas"

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Jueves, 8 de Julio de 2004

Luna nueva

lunanueva_w.jpg

Bienvenidos a la nueva Luna, S.A. Sentaos, que hay bebidas y cositas para picar :D Bueno, esto no es definitivo, pero al menos tengo las cosas un poco más organizadas y a mi aire. El blog que mantenía hasta hoy, lo dejo de momento, como "archivo de indias". Cuando tenga un dominio propio es probable que los mueva ambos allí, si San Movable Type y San Hosting de los Dolores lo permiten :D. Se aceptan críticas y sugerencias, de hecho "alguien" vió los preparativos y ya me hizo una sugerencia, que como verá, acepté ;) Me gusta mucho trastear con el html y las css, así que no prometo que la página vaya a permanecer igual mucho tiempo, depende del ídem y de la pereza que tenga. Ya traigo el cava ya, hay que ver como sois :*

Imagen: Moonsa
Escuchando: Boedekka "The piper, the devil, the poet and the priest"

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