Mi primer vuelo en dragón
He pasado unas semi-vacaciones totalmente virtuales, debido a dos motivos importantes, uno el económico :D y dos el hecho de que sólo han sido semi...
Y esto han sido muchas horas jugando a rol, delante del pc. Sabéis lo que es un MUD? Son servidores que permiten jugar a rol on-line con otras personas, sin gráficos, sólo texto, pero de un modo mucho más parecido al rol tradicional de mesa, y para mi mucho más interesante y divertido. Si os gustan estas cosas pasaros por la página de Balzhur que es precisamente el MUD en el que estoy jugando.
Y efectivamente ayer, mi personaje, una medio-elfa druida que se llama a si misma "La hija del bosque" y cuyo nombre de pila es Galadrah, montó en dragón por primera vez ;) La Cofradía de Druidas compró un dragón, es el primero que tienen, y me dejaron montarlo. La sensación es completamente alucinante, el viento en el rostro, las nubes de algodón que se pueden rozar con la punta de los dedos, los campos corriendo con rapidez bajo la vista hasta fundirse con el mar, y el descenso en alas de la brisa hasta rozar suavemente la hierba de un reino inexplorado...El aliento del dragón fatigado dibujado en el aire, sus ojos rojos escrutando el entorno, al acecho de posibles enemigos de los que siempre me defenderá lealmente, porque esa gran raza mágica cuando decide servir a una criatura inferior lo hace con su propia vida...
Y finalmente cerrar una ventanita del PC con una amplia sonrisa, pensando en que algún día les diré a mis hijos en tono cómplice y travieso, que si, que los dragones existen, y yo he montado en uno ;)
Imagen: Visions
Escuchando: El viento...(virtual? :D)
Tinta sobre tiempo VI
Viene del Capítulo V
La masía que buscaba estaba en las afueras del pueblo, en el lado opuesto al camino que llevaba a casa de Conchi, a poco más de un kilómetro.
Era una finca enorme, con campos cultivados, y las cuadras a rebosar de ganado vacuno, gallinas y conejos. Al entrar vió un par de tractores, dos 4x4 y un viejo Jeep. Una antigua y hermosa casa de piedra gris, donde probablemente vivía una de las familias más importantes del lugar, destacaba en el centro del cuadro, recia y orgullosa, rodeada de plantas de jardín esmeradamente dispuestas y cuidadas, hortensias de varios colores, grandes rosales, pensamientos... La puerta estaba entornada y en el escalón de la entrada se acicalaban dos cachorritos de gato, bajo la mirada soñolienta de un perro pastor que al acercarse Javier les olvidó por completo, para ponerse a ladrar alborozado, tal que si hubiera visto llegar a un viejo amigo.
Javier acarició la cabeza del noble animal sin temor, y una mujer menuda de unos cincuenta años salió al portal, cubriéndose los ojos con la mano para verle bien bajo el sol que se levantaba en el horizonte despertando la naturaleza con sus anaranjados reflejos, haciéndole cosquillas al ganado tras las orejas, acariciando los campos de maíz, jugando al gato y al ratón en los párpados de la gente del campo que le rezongaban porque ellos ya llevaban unas horas en pie.
Le pareció que el tiempo se detenía para permitirle observar todo aquel escenario hasta el más mínimo detalle. Oyó zumbar a las primeras moscas alrededor del perro, los gritos de algunos patos a los que no podía ver, el motor de un tractor ronroneando a lo lejos con pereza, azuzado por el payés que lo conducía intentando transmitirle brío, como si de un caballo se tratara.
La mujer le hablaba, pero Javi no la oía, estaba desmenuzando aquel paisaje rural, dejándose invadir la retina por el verde y el amarillo que lo dominaban todo, soñando manzanos y limoneros que ni siquiera había visto, ordeñando a las vacas con los sutiles dedos de su imaginación.
- ¿Oiga?- la mujer se había dado cuenta de su abstracción y esperaba pacientemente, recordándole que estaba allí sólo con esta palabra, que pronunció bajito, como temiendo arrancarle de su ensueño.
- Ay perdone-sonrió Javier un poco avergonzado-es que soy de ciudad, y me he quedado ensimismado viendo esto. Es una hermosa mañana, ¿no cree?
- Cómo la mayoría de las mañanas de verano, si no hay tormenta- le respondió ella con una risita condescendiente-que eres de ciudad ya se te ve...- y otra vez en el aire la frase que eres pixapins....- pero dime¿ te puedo ayudar en algo?
Sin ningún recato volvió a explicarle la confusa historia de los amigos que creían tener sus orígenes en el valle, añadiendo que en el bar le habían enviado a esta casa.
- En que bar? En el pueblo hay tres
- En uno que tiene una cafetera enorme de color granate y plateado dijo rápidamente, porque no se había fijado en el nombre del bar, pero estaba seguro de que no podía existir otro mastodonte de primeros de siglo como aquel en ningún otro establecimiento de la misma localidad.
- Ah en Can Bas- confirmó ella- pasa pasa, el avi está desayunando, luego tiene que ir a ver unas tierras con el jeep, porque seguramente hay que desbrozarlas, por los incendios. Pero me parece que si le preguntas sobre las casas viejas de aquí aplazará la salida tanto como haga falta- la mujer volvió a cacarear bajito, como disfrutando íntimamente al pensar en su tío, y en como iba a amarrar al forastero a la silla hasta que le hubiera contado la vida y milagros de varias generaciones de lugareños- Avi, hay un joven aquí de Barcelona que le quiere preguntar unas cositas.
- ¿Qué cositas?- preguntó suspicaz, levantando una ceja blanca y pobladísima que a modo de visera parecía proteger sus ojillos grises, inquietos y pequeños, unos ojos brillantes de ardilla que lo escrutaban todo hasta llegar sin dificultad a lo más oculto y profundo del interlocutor.
- Busca una casa avi, en el valle, donde la iglesia vieja. Cerca de donde vive aquella chica aragonesa que se separó, que el marido bebía. ¿Sabe quien le digo?
- Y tanto que lo sé, la Conchi dices. Que tiene dos niños, la parejita. Ya es mala suerte irse a casar con un catalán y encontrar esa desgracia de hombre. Claro que no era de aquí puntualizó como si eso lo aclarara todo. Se detuvo para mojar una rebanada enorme de pan en el tazón de café con leche, y ponérselo despacio en la boca, disimulando a penas un gesto de niño goloso. Masticó con infinito cuidado, y siguió
- La casa donde vive esa chica se la vendió mi cuñado poco antes de morirse, pobre Joan, porque era joven todavía, pero el cáncer no perdona. Ya ve, yo soy mucho más viejo pero como a mi no me ha tocado un cáncer, pues aquí me tiene, jodido del reuma, con la dentadura toda postiza, con la circulación hecha una porquería, pero vivo. ¿Qué casa busca, joven?
La sobrina interrumpió discretamente para ofrecerle una silla y un café. Aceptó con educación ambas cosas, y se dispuso a pasar allí , por lo que le habían contado, el resto de la mañana.
Cuando le explicó al anciano la historia de sus amigos de Barcelona, se vio acorralado respondiendo preguntas sobre esa familia que sólo existía en su imaginación. Estaba nervioso como un colegial, porque aquel hombre tenía la cabeza muy bien amueblada bajo la tosca boina con la que cubría los ya escasos cabellos blancos, y se sentía como si él fuera su nieto, a punto de ser pillado en una mentira.
Pepet no se quedó ni mucho menos convencido de lo que le contaba, pero el deseo de rememorar viejos tiempos, que por supuesto siempre eran mejores que éstos, le pudo, y empezó a repasar familias, oficios, guerras y anécdotas de todo tipo, con la minuciosidad del arqueólogo, y la incondicional admiración de Javier.
Oyentes así le gustaban al abuelo, interesados de veras en lo que contaba, preguntándole detalles y pidiendo aclaraciones. Después de todo aquel pixapins iba a resultarle un chaval estupendo.
Javier entretanto iba separando mentalmente el grano de la paja, entresacando de las explicaciones de aquel hombre las que él necesitaba.
Los habitantes de aquella casa se llamaban Riera, y se fueron a América en los años noventa del siglo XIX. Pepet no sabía porqué ( y eso parecía fastidiarle sobre manera), pero lo que si oyó comentar de pequeño es que después de irse la familia, los boletaires y cazadores que se acercaban a la masía, contaban asustados que se oían ruidos en la casa. Algún valiente tuvo la ocurrencia de pensar que alguien podría estar robando, o viviendo a escondidas en la vieja finca de los Riera, y por lo visto organizó una expedición (en la que participaron el padre y el abuelo de Pepet, por eso lo sabía) a la casa, una noche, para echar de allí a quienes fueran los que estaban importunando. Pero al parecer no encontraron a nadie. Volvieron varias veces, pero nada. Alguien puso en circulación el rumor de que allí había espíritus, y esos rumores en un lugar pequeño como aquel corrían como la pólvora, así que la leyenda inventó unos fantasmas que rondaban la casa de los Riera, de cuyo destino nadie sabía nada, a fin de protegerla de los extraños para restituirla a los legítimos propietarios cuando sus descendientes volvieran, algún día...
La identidad de los presuntos fantasmas tenía tantas versiones como la leyenda narradores, lo cual casi equivale a decir tantos como habitantes tenía el pueblo entonces, el pequeño pueblo del valle. Cuatro casas alrededor de la que hoy era llamada iglesia vieja, que con los años habían pasado a pertenecer al ayuntamiento de otra localidad mayor, haciendo válida la expresión popular de que el pez grande se come al chico.
La cuestión es que el asunto de los espíritus consiguió que la gente se apartara cada vez más de aquel territorio, y por lo que Pepet recordaba, cuando él era un chiquillo la casa ya estaba abandonada y la maleza iba ganando batalla tras batalla. Hoy por hoy no se la veía. El avi estaba realmente sorprendido de que Javier la hubiera encontrado.
El payés, que estaba disfrutando de lo lindo, seguía explicando historias, que ya nada tenían que ver con los Riera ni con la casa abandonada.
Javier escuchaba con educación, algunos relatos eran curiosos e interesantes, pero es que llevaba allí casi dos horas.
La sobrina hizo una providencial aparición para llevarse las tazas y los platos vacíos, y recordarle al avi que tenía que ir a mirar aquel terreno lleno de malas hierbas, no fuera que a algún chaval se le cayera allí un cigarrillo encendido y tuvieran un disgusto.
- Es que es muy tarde avi, iría yo pero tengo que ir a la piscina a ayudar a mi hijo con las comidas.
Ese llamado a su responsabilidad, a su importancia aún presente en aquella familia, consiguió el efecto pretendido por la solícita mujer, y el abuelo, mascullando una disculpa para Javier, se levantó de la mesa con una agilidad sorprendente para su edad, y cogiendo un recio bastón rústico que descansaba al lado de la chimenea, salió de la habitación andando rápido, agitando el cayado en el aire mientras rezongaba algo acerca de que los jóvenes de hoy no eran como los de antes, y que parecía mentira que el tuviera que ocuparse de eso con la edad que tenía.
La mujer le sonrió a Javier, totalmente cómplice.
- En realidad le encanta, pero le gusta protestar de todo. Es muy buena persona, pero supongo que haber sido el amo y señor de todas estas tierras y de varias casas, y ahora verse viejo y sin hijos que lo lleven todo, le agria un poco el carácter a veces.
- No tiene hijos?- se interesó Javier
- Los perdió a los dos en un accidente de coche, en la entrada misma del pueblo. Un camión se salió de su carril, era de noche. Les arrolló y hubo un incendio. Nadié sobrevivió. Eso le hizo mucho daño al abuelo. Y su mujer murió relativamente joven, del corazón.
- Sin embargo aún está lleno de energía
- Es por su carácter, pero ya tiene 95 años, mi marido y yo tememos el día en que se empiece apagar.
- Estoy segura de que le cuidan bien
- Le ha podido ayudar el avi?- ella desvió la conversación con el claro propósito de alejarle de allí, tenía trabajo, y ya estaba bien de abuelo y de visitas por hoy.
- Muchísimo, gracias a los dos.
- Venga a vernos a la piscina, se está allí en la gloria, y en el restaurante se come muy bien.
- Pasaré por allí se lo prometo
- Bueno pues que le vaya bien
- Gracias respondió regocijado viendo que le echaban sin remedio.
Y se fue, no sin dar antes unos cariñosos golpecitos en la cabeza del perro pastor blanco y negro que dormitaba en la entrada.
Aquella visita confirmaba que su misterio lo era de verdad, incluso mucho más de lo que el hubiera imaginado.
Hacía mucho calor para volver a casa caminando y hacerse la comida.
Entró en la fonda del pueblo, y pidió un menú. Mientras se refrescaba con un clarete con gaseosa empezó a planear una salida por la tarde, en pos del pasado, de los espíritus burlones, de la leyenda que dormía bajo las espesas zarzas. Iba a conquistar la casa de los Riera, ahora tenía la certeza más absoluta. Y esto le hacía sentirse bien.
Continúa en el Capítulo VI
Imagen: Payeses de Vilaplana Página personal de Maria Besora Bonet
Escuchando: la lluvia...